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P. Francis Sampson: la verdadera historia del soldado Ryan

  • La Cumbrera
  • 11 may 2020
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 7 jul 2020


Fue capturado por los alemanes y estuvo en un campo de prisioneros, pero volvió al frente y sirvió luego en Corea y, ya retirado, en Vietnam.

En el verano de 1944, el padre Sampson, miembro del 501º Regimiento de Infantería Paracaidista de la 101ª División Aerotransportada (101st Airborne Division), recibió órdenes de lanzarse con sus compañeros tras las líneas enemigas en las primeras horas del Desembarco de Normandía. En la noche del 5 de junio protagonizó uno de los aterrizajes más desafortunados de la jornada. La mala suerte hizo que, tras lanzarse del avión (el C-47 reglamentario) se diera de bruces contra una marisma con tanta fuerza que perdió su misal y su crucifijo.

Él mismo narró que, sin hacer caso del intenso fuego de ametralladora, buceó hasta cinco ocasiones en el agua estancada para hallar la bolsa que contenía sus objetos de culto. Lo logró.

Fue a él, y no al personaje que interpreta Tom Hanks en Salvar al soldado Ryan, a quien días después las autoridades militares encargaron localizar en el frente a Fritz Niland, quien había perdido el Día D a sus tres hermanos. Las cartas con la noticia de la pérdida de sus tres hijos llegaron a la vez a su madre, como cuenta la película de Steven Spielberg. El Padre Sam, como se le llamaba, le encontró en la denominada aquel día Utah Beach, y se encargó de su repatriación.

El sacerdote dejó escrito en su biografía que, mientras estaba acampado con su regimiento en la playa de Utah a la espera de que los buques le llevasen de vuelta a Gran Bretaña, un soldado llamado Frederick Niland le buscaba porque quería corroborar que uno de sus tres hermanos (Robert, de la 82ª División erotransportada, también presente en el desembarco) había caído en combate y que su cuerpo se hallaba en el cementerio de Sainte-Mére-Eglise. «Nos metimos en mi Jeep y condujimos veinte millas de regreso a esa ciudad», escribía.

Añade en sus memorias que, cuando llegaron, informó al joven de que no había ninguna tumba con el nombre de Robert, pero que sí figuraba un tal Preston Niland (en sus memorias escribió, una vez más de forma equivocada, William). «Padre..., ese es mi hermano también. Era teniente», le respondió Frederick. Tras investigar, el sacerdote se percató de que la tragedia de aquel chico era todavía mayor, pues había perdido a otro hermano más (Edward, quien se había alistado en la Fuerza Aérea) en mayo, mientras participaba en una operación de bombardeo a lomos de un B-25.

Ante tal situación decidió enviar una carta a sus superiores para solicitar que devolvieran a aquel desgraciado a su casa. Y lo logró. «Su madre todavía tenía un hijo que la consolara»

Sampson fue ordenado sacerdote en junio de 1941. Durante los meses siguientes sirvió como párroco en Iowa, donde también hizo las veces de profesor.


Fue durante 1942 cuando entró en el ejército. Ingreso como capellan, un cuerpo cuyos miembros contaban con múltiples responsabilidades como ofrecer consuelo espiritual a los soldados, celebrar misa durante la campaña, asistir a los moribundos en sus últimos momentos de vida, ayudar a los sanitarios en sus tareas o (entre otras tantas) confesar a los militares antes de la batalla.


A pesar de que no estaba destinado a entrar en combate se sometió al mismo entrenamiento que sus compañeros paracaidistas. «Cuando me presenté en la escuela, el oficial al mando me dijo que los dos capellanes anteriores estaban en el hospital. Uno con la pierna rota y el otro con lesiones en la espalda»


Los paracaidistas normalmente llevaban alrededor de 340 libras de equipo en cada salto, y Sampson hizo lo mismo, excepto que no llevaba armas ni municiones (sus armas sobre el campo de batalla eran una estola, una biblia y un crucifijo). El padre vivio el día del desembarco como un paracaidista más. 

Durante esa misma jornada se topó en una granja con soldados alemanes que estaban atendiendo a varios heridos. Tuvieron la intención de fusilarlo pero un soldado alemán, catolico, evitó el fusilamineto y le enseñó, con un gesto cómplice, una medalla.

Pocos días después celebró misa ante un grupo de enfermeras en una iglesia que había sido bombardeada. Sólo habían quedado, en pie e intactas, dos paredes… y el Cristo y las imágenes de San Pedro y San Pablo, lo que todos los presentes consideraron un milagro.

Ante aquellas ruinas, el padre Sam pronunció esta homilía, breve como las arengas que imponía la hora:


“La imagen desnuda del Galileo colgado en la cruz ha inspirado siempre amor y odio. Nerón quiso hacer de la cruz una imagen odiosa llevando a los cristianos a la muerte, denigrándolos, incendiando Roma con esas cruces humanas ardientes. Juliano el Apóstata dijo que conseguiría que el mundo olvidase al hombre de la cruz, pero en su agonía final tuvo que confesar: ´Has vencido, galileo´. Los comunistas prohíben su presencia porque temen su poder contra sus malvados designios. Hitler ha intentado sustituir la imagen de Nuestro Señor en la cruz por una estúpida esvástica. Invectivas, falsas filosofías, violencia… todo tipo de instrumento diabólico ha sido empleado para arrancar a Cristo de la cruz y el crucifijo de la iglesia. Sin embargo, como las bombas caídas sobre esta capilla, sólo han conseguido hacerla destacar cada día más.


La imagen que amamos crece cada vez más en nuestro entendimiento por la vehemencia del odio de las malas gentes. Cada uno de nosotros tenemos esta sagrada imagen impresa en nuestra alma. Como esta capilla, somos templos de Dios. Y no importa que estemos destrozados por las bombas, la tragedia, las pruebas y los ataques: la imagen del crucificado se mantendrá si así lo queremos. Renovemos al pie de esta cruz nuestros votos bautismales. Y prometamos que Su imagen revestirá siempre nuestro corazón”. El padre fue capturado por los alemanes y pasó seis meses en un campo de prisioneros. Una vez liberado, volvió al frente e hizo lo que quedaba de Segunda Guerra Mundial con la mítica 101ª Aerotransportada. El célebre libro de Cornelius Ryan El día más largo, consagrado al desembarco de Normandía, habla extensamente de él.


En 1950 se lanzó en paracaídas a Corea, cerca de Sunchon, con el 187º Regimiento de Infantería Aerotransportada en un intento de rescatar prisioneros de guerra estadounidenses.


En 1967, el presidente Johnson lo nombró como jefe de capellanes del ejército, y fue ascendido a mayor general. Se retiró de ese puesto en 1971. Había cumplido 29 años de su sacerdocio como capellán militar.


Por su servicio, fue galardonado con la Cruz de Servicio Distinguido, Medalla de Servicio Distinguido, Estrella de Bronce, Medalla de Elogio del Ejército con Racimo de Hoja de Roble, Corazón Púrpura y más de una docena de otros honores militares.


Monseñor Sampson murió de cáncer a los 83 años el 28 de enero de 1996. Está enterrado en el cementerio de St. Catharine en Luverne, Minnesota, y su inscripcion reza: "Señor, hazme un instrumento de tu paz".

Permitida su reproducción citando a La Cumbrera.

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