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12 de octubre: Día de la Hispanidad

  • Eleuterio Fernández Guzmán
  • 12 oct 2020
  • 4 Min. de lectura

La empresa de ir, por donde fue, a buscar las especias, no pudo ser casualidad. A lo mejor aquel marinero que pasaría a la historia, de nombre Cristóbal y apellido Colón, verían en aquel viaje el momento en el que su fortuna se iba a incrementar pero, no lo neguemos, no tenía intención de descubrir más que una nueva ruta de llegar a lo que, entonces, se consideraba un verdadero tesoro y fuente de riqueza.


Pero Dios tiene en su corazón otras cosas que no tienen que ver con la mundanidad o los bienes materiales. E hizo que aquel marinero y los suyos llegaran a un lugar al que antes nadie, de occidente y que se sepa, había llegado. Y, miren ustedes por donde, lo que habían descubierto se acabaría llamado América por otro individuo que no era aquel que viajó financiado por los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón.


Y aquí se encierra todo: aquellos reyes eran denominados “Católicos” porque lo eran. Y tal apellido iba a tener mucha importancia en lo sucesivo. Y es que no todo ser viviente, entonces, tenía en su mente y corazón la riqueza mundana y pecuniaria.


La fe, la católica y no otra, tuvo mucho que ver en aquella empresa: la de la Reina Isabel (Dios quiera que pronto santa), más que nada y, luego, la de aquellos que viajaron a tierras americanas para llevar la fe que iba a salvar a muchos de los que allí habitaban y se sometían a ritos paganos y muertes si cuento y sin sentido.


La fe, por tanto, y la gracia de Dios, tuvo tanto que ver en el descubrimiento de América (cuando se supo que aquellas tierras eran “nuevas”, claro está) que dejar de lado un factor tan importante como era y fue la de creer en Dios Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra y de todo lo visible e invisible, es algo que impensable e inmerecido, si ustedes me entienden.


Y María. Allí también iría la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra. Y es que sería impensable defender que no se llevaran imágenes de la Madre para que bendijeran las tierras descubiertas. Y, claro, así se hizo. Otra cosa es que fueran de una advocación o de otra porque, sobre eso, nadie puede decir nada salvo la que tenga, en particular, como suya y propia. Pero, por encima de eso, la Madre de Dios fue llevada allí para que fuera también intercesora, ante de Dios, de las súplicas de sus nuevos hijos.


Es muy cierto que hoy día hay muchos que tiene el Día de la Hispanidad por algo pasado, muy pasado de moda. Hasta nos atrevemos a decir que muchos creen que es al franquista y trasnochado. Y es que tales personas no miran la historia como lo que fue sino que su intención es darle la vuelta, tergiversarla. Y no les viene nada bien que se diga la verdad de las cosas, el cómo fueron pero, sobre todo, qué significaron. Y significaron mucho como bien sabe cualquiera que no sea ciego voluntario o mire para otro lado tratando de que este día, 12 de octubre, Día de la Hispanidad, pase lo más pronto posible siendo, sin embargo, lo cierto y verdad, que lo sembrado allí (en cuanto a la fe católica) ni ha pasado ni pasará jamás. Y eso les molesta. Pues que les vayan dando si así es.


A nosotros, al contrario, nos gusta recordar un momento como fue aquel que un hombre llegó a un sitio donde no pretendía llegar. Vamos, mejor, donde no sabía que iba a llegar. Y, en cuanto llegó, no dudó lo más mínimo en reclamar aquellas tierras para Dios Padre Todopoderoso y para su Madre María, Virgen Santísima e Inmaculada. Y a nosotros no nos da la santa gana dejar de recordar aquello. Y lo hacemos de la mejor manera que podemos (de hecho, aquí ya lo hemos hecho igual y nos gusta recordar lo mejor, no nuestro, pero sí eterno, como esto). Y lo hacemos con la oración. Sí, recordando que quien ora sabe a quién se dirige cuando eso hace. Y nosotros lo hacemos a María, Virgen, bien de Guadalupe, bien del Pilar porque, sin duda alguna, ambas son hechura de María, aquella mujer que, pudiendo decir no a Dios, supo ser su esclava y decir sí, amante y bendecidor sí.


Todo, pues, es consecuencia; todo, esperanza.


Y, sobre todo esto, que nunca se nos olvide dar gracias, inmensas, a Dios, por haber hecho posible aquello, sí, lo que pasó un día como hoy de hace algunos siglos. Y es que nosotros, que nos podemos imaginar el estupor de aquellos cansados marineros y sus acompañantes que no lo eran cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho, no podemos, ¡qué menos!, que mirar al Cielo y agradecer a Quien todo lo ha hecho y mantiene que desvelara un poco el velo de su Creación para que fuese visto por sus especiales enviados.

Dios, Padre Todopoderoso, gracias por suscitar, entre tus hijos, a los que supieron cumplir como buenos hijos de una buena Patria.

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