UNAM SANCTAM
- Papa Bonifacio VIII
- 25 jun 2021
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 19 ago 2021

“Declaramos, decimos, definimos y pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación de cada criatura humana, el estar sujeto al Romano Pontífice”.
Bula Unam Sanctam del Papa Bonifacio VIII (1302)
Según nuestra fe estamos obligados a creer y a sostener que hay una sola
Iglesia, Santa, Católica y Apostólica, y esto creemos firmemente y confesamos
simplemente; y también que no hay salvación ni perdón fuera de ella (...) Y en
ella hay «un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo». (...)
Las palabras del Evangelio nos enseñan que en esta Iglesia y en su poder
hay dos espadas, a saber: una espiritual y una temporal. Pues, cuando los
apóstoles dijeron: «He aquí dos espadas», significa la Iglesia puesto que habla‐
ban los apóstoles, el Señor no replicó que eran muchas, sino suficientes. Y el que
niegue que la espada temporal está comprendida en el poder de Pedro, ha en‐
tendido equivocadamente la palabra del Señor, cuando dice: «Torna la espada a
su lugar» De donde ambas se contienen en el poder de la Iglesia; esto es, las es‐
padas espiritual y temporal; la una, para ser utilizada en favor de la Iglesia, y la
otra, por la Iglesia; la primera, por el sacerdote; la última, por la mano de reyes y
caballeros pero a voluntad y con consentimiento tácito del sacerdote. Pues es
necesario que una espada esté subordinada a la otra, y que la autoridad tempo‐
ral esté sujeta a la espiritual. Pues, cuando el apóstol dice: «Todo poder procede
de Dios y los poderes que existen son ordenados por Dios», no estarían ordenados
si una espada no estuviera bajo la otra espada, y lo inferior, por así decir, no fue‐
ra preservado para ser conducido a hechos ilustres.
Porque, según el bienaventurado Dionisio, es ley de la divinidad que lo
más bajo tiene que ser guiado por lo más alto. Por lo tanto, según la ley del uni‐
verso, no todas las cosas son preservadas en orden igual e inmediatamente; sino
que las más bajas por medio de un intermediario, y las inferiores por las supe‐
riores. Pero es necesario que confesemos sin rodeos que el poder espiritual ex‐
cede a todo poder temporal en dignidad y en nobleza, como las cosas espiritua‐
les superan a las temporales. Podemos, en verdad, ver claramente esto con
nuestros ojos en la entrega de los diezmos, en la bendición y santificación, en el
reconocimiento de este poder y en el ejercicio de gobierno sobre esas mismas
cosas. Pues, testimoniando la verdad, el poder espiritual tiene que establecer el
poder terrenal y juzgarlo si no es bueno.
Así se ve en la profecía del profeta Jeremías tocante a la Iglesia y al poder
de la Iglesia: «He aquí que te he puesto hoy sobre las naciones y sobre los reinos»,
etc. Por consiguiente, si el poder temporal comete error, será juzgado por el es‐
piritual; si el poder espiritual inferior comete error, será juzgado por el poder
superior espiritual competente; pero, si el poder espiritual supremo se equivo‐
ca, nadie sino Dios puede juzgarle; no hombre alguno, acerca de lo cual el
Apóstol declara: «El hombre espiritual juzga todas las cosas y él mismo es juz‐
gado por nadie». Porque esta autoridad, aunque otorgada al hombre y ejercida
por el hombre, no es humana sino divina, siendo dada a Pedro en la palabra de
Dios y fundada para él y sus sucesores en una roca por el que le confesó cuando
el Señor dijo al mismo Pedro: «Lo que atares, etc.» Cualquiera, por tanto, que
revista este poder así ordenado por Dios, reviste el orden de Dios, a no ser que
mantenga, como los maniqueos, la existencia de dos principios, lo cual consideramos falso y herético, porque, según declara Moisés, no en los principios sino
«en el principio» creó Dios el cielo y la tierra. En consecuencia, declaramos, afir‐
mamos definimos y pronunciamos que es absolutamente necesario para obte‐
ner la salvación que toda criatura humana esté sujeta al Romano Pontífice.
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