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¿Qué es la Misa?

  • San Josemaría Escrivá de Balaguer
  • 8 feb 2021
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 19 ago 2021


La Santa Misa es el acto esencial de la religión, el centro de toda vida cristiana y vértice de todo el culto litúrgico.


Es el sacrificio de la Nueva Alianza, con derramamiento de sangre en la Cruz del Calvario e incruentamente en el altar. En la Cruz, inmolado visiblemente; en el altar, bajo los signos de pan y el vino; en la Cruz y en el altar es el mismo Cristo, sacerdote, víctima de sacrificio para la redención de todos.


El Sacrifico de la Cruz fue anticipado por Cristo en la Última Cena. El Jueves Santo, al atardecer y antes de ser entregado para su Pasión y Muerte en la Cruz, nació la Misa, la Eucaristía, en la que incluye a los apóstoles, a quienes manda a perpetuarla hasta el fin del mundo.


Jesús dice que donde hay dos o tres reunidos en su nombre ahí está Él en medio, y la Iglesia repite lo que Jesús hizo en la última cena, por fidelidad a su petición: “haced esto en memoria mía”, y de ahí arranca una tradición larga y viva, documentada desde entonces. Por los años 50 dice San Pablo que “la tradición que yo he recibido y que os he transmitido a vosotros viene del Señor. Jesús, la noche que había de ser entregado, tomó el pan… y dijo… ´haced esto´” e igual hizo con la copa, al darla repitió: “haced esto en memoria mía”. Ha sido transmitido como un testigo que se entrega a lo largo de la historia de generación en generación. Pero es una memoria viva, que no pasa, que es vida, pues la Misa es la cena del Señor que se actualiza cada vez que se celebra, hace presente sobre la mesa el sacrificio de su muerte. Re-presenta, vuelve a hacer presente.


¿Por qué ir a Misa?


Dios, nuestro Padre, quiere que sus hijos le rindan culto de Adoración y acción de Gracias, y quiere que lo hagamos unidos a su Hijo, Cristo Sacerdote. Y con la Misa damos a Dios un culto digno y agradable: lo adoramos y le damos gracias, le suplicamos y le pedimos perdón, ofreciendo y recibiendo lo que le agrada: escuchamos a Cristo que nos enseña a través de su Palabra y lo recibimos en la Santa Comunión.


¿Cuándo ir a Misa?


La Santa Misa se celebra todos los días (excepto el Viernes Santo), y todos los días podemos participar de ella. Pero el domingo, día del Señor, es el día de la Resurrección de Cristo, y por eso es día de precepto, es decir, la Iglesia nos manda santificarlo, siguiendo lo que dice el segundo Mandamiento, oyendo Misa entera el mismo día o el anterior (sábado) por la tarde.


¿Cuánto vale la Misa?


Por ser el mismo sacrificio de Cristo en la Cruz, la Misa tiene un valor infinito, y por eso al participar de ella podemos pedir por los vivos y por los difuntos, por los sanos y por los enfermos, dar gracias y pedir ayuda a Dios.


No podemos pagar con dinero su valor, por lo mismo que es infinito. Sin embargo, al pedir una intención de Misa, podemos cumplir con la obligación que tiene todo cristiano de contribuir al sostenimiento del culto (velas, flores, limpieza, etc.), haciendo nuestro aporte, denominado “estipendio”, según nuestras posibilidades.


¿Por qué algunos no van a Misa?

  • “Porque no tengo ganas… porque no lo siento… porque es aburrida”

Debemos recordar que la Misa es la renovación del sacrificio de Cristo, que comenzó con su Oración y Agonía en el Huerto de los Olivos. Allí Nuestro Señor nos dio ejemplo, pues no tenía ganas, ni sentía, ni consideró divertido el ofrecerse en la Cruz, pero lo hizo de todos modos, para Gloria de Dios Padre (cumpliendo su Voluntad) y para salvación nuestra.

  • “Porque no tengo tiempo”

Se tiene tiempo para lo que “se quiere”. Si somos conscientes de lo que es realmente la Misa, entenderemos que la Misa no es una obligación de la que debemos escapar con cualquier excusa, sino el privilegio de “velar con Cristo una hora…”

  • “Porque todos me miran…”

No se va a Misa para ser visto, ni para ver a los demás. La Santa Misa es el principal de nuestros encuentros con Dios, y por eso debemos asistir a ella sin estar pensando en los demás, o en cómo me ven o lo que piensan los otros, sino para Dios, y sólo teniendo en cuenta lo que Dios piensa de mí, porque Él ve en los corazones.

  • “Porque llevo a Dios en mi corazón, y tengo mi forma de rezar…”

Difícil será llevar a Dios en el corazón y no cumplir su santa voluntad. Por eso la mejor forma de rezarle es ofreciéndole lo mejor que tenemos, que no es lo que nosotros podemos hacer, sino lo que Cristo en la Cruz hizo por nosotros.


La Virgen, modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto.


María es el ejemplo extraordinario de la Iglesia, de aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre Eterno.


La Virgen María es Oyente, Orante, Madre (y lo que nos interesa aquí), Oferente.


María es la Virgen Oferente, en la Presentación de Jesús en el templo (Lc. 2, 22-35), en el Calvario, al pie de la cruz, donde Cristo “así mismo se ofreció inmaculado a Dios” (Hb. 9, 14; Jn. 19, 15).


María junto a la cruz “sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con ánimo materno a su sacrificio, adhiriéndose amorosamente a la inmolación de la víctima por ella engendrada” (LG 58) la ofrece a Ella misma al Padre eterno (MC Carta Enc. Mystici corporis Christi, Pío XII).


El Misal Romano recuerda a la Virgen junto a la cruz, en la Misa del Viernes de la V Semana de Cuaresma y en el Viernes de la Pasión del Señor.


Así como en el Sacrificio del Calvario, la Virgen está siempre presente como miembro insigne de la Iglesia en cada Misa que se celebra instando con su ejemplo a ofrecernos, como Ella, para completar lo que falta a la Pasión de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia (Col. 1, 24).


Reflexión final


Hay muchos católicos que asisten de manera regular a Misa, pero lo hacen con un espíritu rutinario. Hay algo más penoso que observar la manera como algunos entran a la Iglesia y después de un ensayo de genuflexión, se sientan en el banco como si lo hicieran en un asiento de la plaza. En orden a corregir semejante tesitura hay quienes han pensado que era cuestión de introducir elementos novedosos, para que la gente “no se aburriese”. No es por cierto el remedio. Cuando el salmista nos exhorta: “Cantad al Señor un cántico nuevo” (Ps. 149, 1), no nos quiere indicar con ello que ha compuesto un nuevo canto, sino que el canto de siempre debe surgir de la frescura del corazón. Nunca la monotonía podrá provenir de la Misa en sí misma, sino de nosotros, cuando no tomamos en serio a Cristo y al sacramento principal de la Buena Noticia.


Otra pseudo solución a la “monotonía” lo constituye el recurso a los sentimientos. El hombre moderno, quizá por la dureza de los tiempos, es muy proclive al sentimentalismo. La Misa le parece algo austero, carente de intimidad. Es que la grandeza del Santo Sacrificio corre por otro carril. Lo que no significa que este lejos de nosotros, de nuestra vida, de nuestros dramas interiores. En cada una de las Misas podríamos escuchar de labios de Cristo: “Yo he derramado por ti tal gota de sangre”.


San Josemaría Escrivá de Balaguer

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