La desarticulación de la vida moderna
- San Alberto Hurtado
- 10 ago 2020
- 2 Min. de lectura

El primer remedio, aunque parezca una perogrullada, es conocer el mal y sus causas.
Porque, como dice Leclerq en su Elogio de la pereza: "Nuestro siglo se gloría de ser el siglo de la vida intensa, mientras en realidad esta intensidad de vida, no es sino vida agitada. El símbolo de nuestro siglo es la carrera. Sus más bellos descubrimientos no son descubrimientos de sabiduría, sino descubrimientos de velocidad". Es, pues, necesario saber que el más fecundo empleo del tiempo es el que se emplea, en silencio y tranquilidad, en adquirir conciencia de sí mismo y de las grandes realidades del universo. Es necesario, pues, saber contemplar sin cansarse jamás de contemplar, saber buscar la luz, y saberla esperar.
El trabajo paciente, reflexivo está muy lejos de las costumbres de nuestro siglo y es
¡tan necesario! En el libro del Éxodo leemos que Jehová llamó a Moisés a lo alto del Sinaí. Moisés subió, penetró en la nube que cubría la cumbre del monte; oyó la voz de Dios, pero Dios no habló. Moisés esperó una hora, pero Jehová no habló. Esperó un día, pero el Señor no habló. Un segundo, un tercer, un cuarto día... toda una semana. Al final del séptimo día Jehová habló. Para recibir las comunicaciones de la Verdad hay que saber esperar. ¿Qué hacía Moisés en lo alto de la montaña? Nada. Esperaba. ¿No tenía nada que hacer? ¡Vaya que tenía qué hacer! Como nos lo cuenta el Éxodo, apenas se alejó él comenzaron los judíos a batirse. Moisés, sin embargo, permanece en la montaña. Perdía su tiempo, diríamos en lenguaje moderno. Se queda porque espera. Al séptimo día recibe. ¡Ah! Los jóvenes modernos inmediatitas al cabo de media hora se habrían aburrido, habrían vuelto al valle. ¡Tienen tanto que hacer! Habrían bajado vacíos, sin mensaje, a moverse, a agitarse en mil ocupaciones que no llenan su ser.
La vida interior es un elemento precioso para escapar al desmembramiento, al
inmediatismo, a la inconsciencia de la vida moderna. La vida interior –no tomamos este
término en su sentido ascético sino pedagógico– supone la calma, la concentración, el
detenerse. La vida interior nos permite escapar a la cadena de casos particulares y
detenernos a ver el conjunto, criticar los datos percibidos, escapar a la influencia de lo
inmediato. Se sitúa uno fuera de la vida exterior, en la vida de dentro. La vida exterior
debiera ser la prolongación de un ideal concebido en la vida interior. Pero moverse sin
sentido no es obrar, es agitarse. El que habla agitado no transmite mensaje.
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