La aversión hacia lo nuevo
- Emilio Komar
- 18 ago 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 17 sept 2020

Lo opuesto al afán de novedad es la aversión hacia lo nuevo. En la mala predisposición hacia lo nuevo también se manifiesta un espíritu débil y perezoso que se apropio de un determinado modo de pensar pero no tiene ni fuerza, ni interés para ir más allá del propio ámbito. Se resiste a los cambios de buena fe y toma la rutina como fidelidad o perseverancia. En física hablamos de persistencia o de inercia. Los términos son sinónimos. Mas que una perseverancia que se apropia de titulo de virtud es inercia. El espíritu encerrado en su sistema teme a lo desconocido y considera a las novedades como esbirros que amenazan con desalojarlo.
Personas como estas sufren verdaderamente por lo cambios y con ellos deberían procederse de cualquier manera antes que con arrogancia innovadora. La novedad los confunde, le sienten como un caos que destruye su orden. Sin embargo, aunque suene extraño, el estilo del orden de los débiles es en esencia el mismo que el de los poderosos. Los poderosos imponen su sistema al prójimo y a la naturaleza en general en vez de subordinarse a lo real; al orden artificial, en cambio, no es violento si coincide con el orden natural e histórico dado.
Cuando imponemos un orden alejado del ars cooperativa naturae, comdo decían los escolásticos, allí se abren las puertas a todos los abusos. El poderoso es entonces agresivo porque no se subordina al hecho en si. ¿Qué pasa con los débiles que se encierran en sus estructuras? Su rechazo al orden dado y el no reconocer lo contingente y cambiante de la vida humana, ¿no es también una forma de violencia? Una violencia distinta, silenciosa y directa, pero no por eso menos violenta; es la que pretende encerrar al prójimo en el molde de sus estrechos registros, o que despliega finas técnicas de frustración y mediante una fría incomprensión ignora a las personas. Con la violencia sucede lo mismos que con cualquier otro pecado: unos se entregaban al placer, puesto que rebalsan de fuerzas hasta el punto de no saber que hacer con ellas; otros se refugian en lo sensual como si buscaran consuelo en los brazos de su madre.
Los conservadores a ultranza se reclutan también de las filas de los rebeldes oprimidos. El niño rebelde se entrega y externamente obedece, pero a escondidas moldea a un mundo inmóvil con sus propias convicciones. Muchas veces, bajo la apariencia de generosidad y trabajo en pos de los intereses de la comunidad, se esconde una rigidez egocéntrica. Entonces nace el egoísmo familiar, grupal y social. Estas formas no desmoronan al hombre rígido cerrado en si mismo, pero tranquilizan su conciencia otorgando al defecto apariencia de virtud. También es posible que el joven cabeza dura no obedezca solamente hacia afuera sino que se entregue sinceramente a la presión demasiado fuerte de sus superiores. De esto resulta una constante sensación de temor ante la rebelión. Se le impone la prepotencia. Una moral de temor destruye su equilibrio y prevalece sobre la moral del amor, pero en el fondo del alma no se disuelve la rebeldía. Los rebeldes derrotados por lo general exageran la importancia del orden y de la autoridad, puesto que con ello más que querer convencer a los otros, tratan de convencerse a si mismos. Frente a las novedades reaccionan con vehemencia, y esto hay que interpretarlo en realidad como un acto de autodefensa: porque todo lo que perturba el orden existente e implica cierta discordia, despierta su reprimida rebeldía y pone en peligro su frágil paz personal.
Finalmente, un gran porcentaje de los que detestan lo nuevo y lo diferente son los que poseen una mirada limitada que no les permite ver en profundidad. El que es naturalmente estrecho de miras y no es muy inteligente ni humilde, es una plaga para los que lo rodean. Como no alcanza la genuina sencillez de la verdad, termina simplificando las cosas que en realidad no son tan simples como el cree. Sus nervios descansan puesto que generalmente no se hace problema por nada y no se complica la vida.
Emilio Komar, "La salida del letargo"
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