Las cosas bellas son difíciles
- Emilio Komar
- 6 dic 2021
- 2 Min. de lectura

Se piensa a menudo en la lucha como algo opuesto al amor, pero de esa manera el amor se debilita. Hace poco discutí con un teólogo moderno de escasa profundidad que me decía: «El espíritu no es severo, eso es jansenismo...» El espíritu es severísimo. El libro de la Sabiduría dice: «Nada es más firme que el espíritu, pero nada más flexible». La bondad del espíritu no es una bondad fofa, confusa. El espíritu es siempre acierto y sentido: no absurdo.
Para que las cosas sean firmes, es necesario que también haya lucha, porque sin lucha, no se consigue nada serio. En consecuencia, el amor tiene que ser considerado de otra manera: la lucha no es contraria al amor, sino elemento constitutivo de todo amor. Hay matrimonios deshechos, o lo que a veces es peor, paralizados desde muy temprano, porque los esposos no luchan por un amor mejor. No se esfuerzan, esperan un don que caiga del aire, que les llueva, un encanto que se prolongue sin esfuerzo. Hay que luchar porque el que no lucha por el amor, lucha en contra del amor. Los esposos que no luchan para amarse mejor, se pelean entre sí, porque en el hombre hay una exigencia de lucha que es ineliminable.
La vida intelectual, también exige muchísima lucha. Piensen ustedes en autores importantes o en grandes artistas y en cuánto han luchado. La lucha de un Beethoven, o de un Toscanini: es una lucha perpetua y por eso han llegado tan alto. Tal exigencia está escrita en la naturaleza de las cosas, en el alma humana. La vida humana es dramática.[…]
En el lenguaje existencialista alemán, la cotidianidad es traducida como banalidad: lo cotidiano es lo banal. Sí, lo cotidiano puede llegar a ser banal, pero lo que corresponde es luchar para que jamás sea banal. De la misma manera que un sacerdote tiene que hacer un esfuerzo máximo para que jamás decir misa se transforme en una rutina, así nosotros tenemos que luchar en todos los niveles para que las cosas importantes de todos los días no se hagan jamás de manera rutinaria, mecánicamente. […]
Hay una juventud de espíritu no en sentido psicológico, sino en sentido ontológico. Dios es siempre rigurosamente nuevo y todo lo que se asemeja a lo divino, lo que lucha por la perfección, por asemejarse a lo divino, posee esa juventud. Es nuevo aquello que «es», que tiene actualidad; actualidad en sentido propio, es decir, que está en acto.”
Emilio Komar, El tiempo y la eternidad, Buenos Aires, Sabiduría Cristiana 2003, p. 34; 40; 113
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