Eucaristía y vida empresaria
- Enrique Shaw
- 6 jul 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 17 sept 2020

El Siervo de Dios Enrique Shaw y su familia
En el ambiente empresarial de nuestro país suele encontrarse una actitud de desorientación, frustración y aún de resentimiento. No es necesario ahondar mucho en el análisis para advertir que ello es la consecuencia que, mientras por una parte somos injustamente atacados y se subestima nuestro esfuerzo en el cumplimiento de nuestra misión, por otra no se nos estimula.
¿Podemos nosotros, dirigentes de empresas que procuran actuar cristianamente, compartir esta actitud? ¿Cuál debe ser nuestra actitud? Es evidente que ha de ser la de Cristo.
Cristo-Eucaristía, cuando desde la custodia, allá en lo alto, está expuesto para nuestra veneración, parece volver a insistimos en esas actitudes básicas de todo cristiano que nos enseñó en el Sermón de la Montaña. Advirtamos que las bienaventuranzas, bienaventurados quiere decir felices-, traen aparejada la verdadera felicidad. Pero son además un llamado, un estímulo a la acción. Si moderan nuestras actitudes impulsivas, «naturales», es para reorientar nuestra acción a fin de que vaya más directamente a su objetivo, sea más estable en sus efectos y nos dé más alegría en todas sus etapas.
El vigía está en un lugar alto no para apreciar mejor el paisaje sino para cuidar la ciudad.
Todo privilegio es una oportunidad de servicio, de hacer más fecundo el deber de amor al prójimo; por lo tanto toda posición de privilegio, de dirección, es una posición de servicio. Fue Cristo, el Hijo de Dios, Quien rindió el mayor servicio posible a la humanidad.
El deber de servicio, fundado en las palabras del mismo Jesús hace que la actividad de cada uno, aunque dirigida por su propia naturaleza a favorecer su interés particular, represente al mismo tiempo un servicio prestado al prójimo, directamente o a través de la empresa.
En esto también el ejemplo de la Eucaristía es claro y terminante. Lo que más contribuye a impedir que los hombres vivan unidos es que cada uno, si posee o cree poseer alguna superioridad, pretenda dominar a sus hermanos para luego servirse de ellos. El mundo es víctima del orgullo. No me refiero a la manifestación legítima de alguna superioridad sino al empleo pagano y sin humildad de la autoridad, de la influencia, de la situación social.
Las verdaderas grandezas son humildes; el que tiene un concepto exacto del poder sabe que la autoridad no le ha sido dada para su bien personal sino para el bien común. La Comunión le dará la verdadera actitud: altivez de saberse hijo de Dios y simultáneamente humilde reconocimiento al contemplar como Jesús en ella se nos da tanto, hasta tal punto, que ha querido ser absorbido, comido, por sus discípulos bajo las formas eucarísticas.
las riquezas deben crear riquezas, proporcionar trabajo a los hombres, acrecentar la vitalidad económica, para lograr así una economía ordenada y dinámica, que sea una de las bases de la paz social.
Las cosas creadas son la sonrisa de Dios, dice San Ireneo. Los dirigentes de empresas, al crear trabajo, no sólo deben distribuir sino multiplicar la sonrisa de Dios. Quiera Dios que no acaparemos la sonrisa de Dios, pues privaríamos de alegría al mundo...
Sabiendo que las palabras no son más que palabras, Nuestro Señor no se contentó con darnos consignas, por claras, imperativas y apremiantes que ellas fueran, sino que, para ayudarnos, instituyó el Sacramento de la Común-Unión.
Y ello, por así decir, es «lógico». Pues para lograr la comunidad a que todos aspiramos, es necesario que haya respeto, comprensión; de ahí sólo hay un paso a la mutua consideración, la cual facilita el diálogo, la comunicación, que a su vez engendra la compasión, que nos lleva a la comunión con los demás hombres.
¿Y dónde, si no en la comunión con Cristo, Cabeza del Cuerpo Místico, encontraremos la luz y la fuerza para llevar a cabo, para bien nuestro, del prójimo, de la Patria y de la Iglesia, una auténtica vida empresaria?
Extracto del libro “...y dominad la tierra” de Enrique Shaw.
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