En el cortejo y con las lámparas encendidas
- Mons. Fernando María Cavaller
- 13 nov 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 19 ago 2021
Sermón correspondiente al Domingo XXXII (A) 2020
Estamos en los últimos tres domingos del año litúrgico, que termina el 22 de noviembre para dar paso al tiempo de Adviento, y la Iglesia lee el capítulo 25 de San Mateo, donde Jesús habla de las últimas realidades, la “escatología”, las “postrimerías”, palabra que viene de “postre”, lo que llega al final: habla de su Segunda Venida y del Juicio Final. Y entonces advierte la necesidad de “vigilar”, porque el “día y la hora” es desconocido. La parábola de las diez vírgenes se inserta en este discurso.
Hay que explicar antes cómo era esta fiesta a la que alude la parábola, con diez vírgenes que salen al encuentro del esposo. Según las costumbres de entonces, los actos de una boda comenzaban a la puesta del sol. La novia esperaba en su casa, rodeada de amigas, la llegada del novio que venía a buscarla, acompañado del grupo de amigos (los paraninfos) y los demás familiares y amistades. Unidos los dos cortejos llevaban a la novia a la casa del esposo, en la que viviría. Este cortejo se realizaba con antorchas y cantos festivos. La esposa llevaba su cabeza ceñida de una corona y era llevada en una litera. El esposo y los suyos rodeaban la litera. A la llegada se celebraba el banquete de bodas. La parábola presenta un cortejo de diez vírgenes, que acompañaban a la novia. Que el esposo con su cortejo tardase y que se durmieran cinco de las vírgenes, es un rasgo irreal pero literaria y doctrinalmente real, que interviene en la enseñanza.

A las cinco que se duermen se las llama “necias”, es decir, imprudentes, imprevisoras, en contraposición a las otras cinco “prudentes” que tienen sus lámparas preparadas. No tenían el aceite necesario para encenderlas y de repuesto. Ir a comprar, llamar luego a la puerta cerrada y la repuesta del esposo “no os conozco”, tampoco es real en una fiesta familiar, pero es para enseñar otra vez lo que dice Jesús al final: “Vigilen”, “estén prevenidos, porque no saben ni el día ni la hora”. Todo tiene un valor alegórico en el relato: El Esposo es Jesús. Su llegada inesperada es la Parusía al fin de los tiempos. Las vírgenes prudentes las almas preparadas, y las necias las no preparadas para esa hora. La preparación es personal, de cada una de estas vírgenes. La vigilancia está figurada en las lámparas encendidas. La fiesta de bodas es imagen del banquete celestial, de la unión definitiva de la Iglesia con Cristo, las Bodas místicas del Cordero de la que habla el libro del Apocalipsis.
Pero, aunque se refiere a la segunda venida de Cristo, la parábola se aplica a toda vida cristiana en cualquier momento, ya que tampoco sabemos ni el día ni la hora de nuestra muerte, y del juicio particular sobre nuestras vidas. Por otra parte, desde que llegó Jesús, ya estamos en los últimos tiempos, y nuestra vida actual es preparación también para la segunda venida. En este sentido, la “vigilancia” es una virtud típicamente cristiana, es una espera activa, no pasiva, de la venida del Señor, que debería impregnar toda nuestra vida. Supone vivir en gracia, buscar la santidad, prepararse al encuentro con Cristo. De este modo, aunque la muerte no pueda ser prefijada (aunque a veces lo es), siempre estaremos preparados, con una vida iluminada por la gracia, que es el aceite de la lámpara. Lámpara apagada o apagándose es una vida alejada de la gracia, la tiniebla del alma en pecado, la noche de la muerte. En cambio, es el cortejo que lleva la luz de la vida el que entra a la casa del esposo y participa de la fiesta de bodas.
Ese cortejo con las lámparas encendidas son los miembros de la Iglesia. La Luz que llevan en procesión es Cristo mismo. Él nos pidió que fuéramos en el cortejo de la Iglesia llevando su Luz a la vista de todo el mundo. Es decir, que esa vigilancia de la venida del Señor, además de vivir en gracia y santidad, significa actuar en el mundo. Significa anunciar la Venida de Cristo, cuyo día y hora no sabemos, pero que ocurrirá aunque parezca tardar. Significa interpretar la historia a la luz de este hecho. Los cristianos somos los únicos que podemos interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación de Cristo, los que podemos juzgar y enseñar a juzgar los hechos que ocurren ante nuestros ojos, e incluso advertir los riesgos de futuro, ayudar a los necios que dejan apagar sus lámparas, y a los que se separan del cortejo, somos los que podemos señalar dónde está la oscuridad y dónde la luz, dónde actúa el diablo y dónde Jesucristo.
Precisamente en estos tiempos, de modo cada vez más veloz como una piedra en caída libre, se desmoronan los cimientos sobre los cuales se edificó durante siglos la civilización cristiana, y la misma Iglesia, no en su fundamento pero sí en muchos de sus miembros, de todo nivel, sufre un desmoronamiento similar, dejando de iluminar al mundo con la luz que la caracterizaba. Precisamente ahora, es cuando hace más falta esa perspectiva escatológica. Durante tres domingos Jesús nos hablará de ella, con la urgencia de la conversión y de no dormirnos en la pereza, de actuar cada uno consigo mismo y también con el mundo que nos rodea.
Y no hay que tener complejos frente al mal, ni temor de que nos califiquen de apocalípticos en tono despectivo, como si fuéramos visionarios de calamidades, porque ese libro, que cierra la revelación de Dios, fue escrito por San Juan en los albores de la historia de la Iglesia, cuando ella ingresaba en el mundo hostil de entonces, y sigue siendo la única descripción válida, o escenario real, para discernir la situación de la Iglesia en el mundo hostil de hoy. No es una película de catástrofes, sino la lucha contra el maligno que termina con el triunfo final de Cristo. Frente a esta historia profunda y universal revelada por Dios mismo, nunca podrán bastar los pronósticos o diagnósticos meramente humanos, políticos, económicos o sociales, ni tampoco las soluciones de este nivel, porque, como dice San Pablo, “nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, con los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes” (Ef 6, 12-13).
Esta perspectiva sobrenatural de la historia y de su final, revelada por Dios, es la que tiene la fe cristiana, y por eso puede hacer el diagnóstico verdadero de lo que ocurre en el mundo y en la Iglesia en cada época. Y de la fe brota la esperanza cristiana, que puede hacer el pronóstico verdadero del futuro, porque vigila y espera siempre la llegada del Señor. La fe y la esperanza cristianas tienen esta mirada teológica de la historia, desde Dios y hacia Dios, desde Cristo y hacia Cristo. Y la vigilancia que brota de la fe y de la esperanza es también una actitud de amor: se espera a quien se ama, sin dormirse ni distraerse. “El amor a Cristo nos apremia” dice San Pablo (2 Cor 5,14). Creer en Cristo, esperar a Cristo y amar a Cristo es la actitud fundamental de cualquier cristiano en el mundo de cualquier época, más aún si percibe que los acontecimientos se aceleran, como ahora. Cualquier otra actitud está representada en la parábola por las vírgenes necias. Es de necios pensar que de todos modos, al final, tendremos tiempo para conseguir lo que haga falta, en el último momento. Debemos actuar como las vírgenes prudentes, y tener el aceite necesario para nuestras lámparas, cada día de nuestra vida, y ayudar a que los otros lo tengan.
No debemos perder esta perspectiva. Es la que cura la miopía de los que sólo leen los diarios. Los cristianos conocemos la historia completa hasta el final. Cada día, cada hora, cada minuto, es un tiempo hacia Cristo. Aquí en Misa lo comprendemos bien y lo vivimos en tiempo real. Recibir a Jesús en la Eucaristía es el sostén hasta que Él vuelva. Y comprendemos que todo tiene dimensión de eternidad, para bien o para mal. Para entrar en la fiesta de las bodas eternas del Esposo, o para quedar afuera escuchando las terribles palabras: “No os conozco”.
El pasado 7 de noviembre recordamos a María Santísima como Mediadora de todas las gracias. Comenzó el Mes de María que termina el 8 de diciembre con la fiesta de la Inmaculada Concepción. Recurramos a ella, que desde Fátima nos ha dado una visión sobrenatural del mundo y la Iglesia de los últimos 100 años. Y nos ha llamado a la vigilancia cristiana, a velar con las lámparas encendidas hasta entrar en la fiesta de Bodas de su Hijo Jesús.
Estamos ya en el cortejo. Estemos preparados. No es tiempo de dormir. Y despertemos a los que duermen.
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