Dios, Patria, o pandemias
- P. Christian Viña
- 8 jul 2020
- 5 Min. de lectura

Los niños de catequesis, durante sus recreos en la parroquia, suelen jugar a Piedra, papel o tijera; un entretenimiento, hecho con las propias manos, que se emplea para determinar cuál de los participantes realizará una determinada acción, o quién la comenzará; como se hace, también, un sorteo, con una moneda. Da mucha alegría ver con qué entusiasmo lo juegan los pequeños; ávidos, como están, de empezar su aventura, y ganar con su iniciativa. Y lo hacen, por lo general, para destacarse ciertamente sobre sus circunstanciales oponentes; pero con el fin último de trasformar esa victoria, en un triunfo compartido. Porque, en definitiva, unos y otros ganan dándose, con generosidad, en un momento de sano esparcimiento.
Los tres elementos del inocente pasatiempo infantil me inspiraron el título de este artículo. Porque solo con la victoria y primacía en todo de Dios, tendremos una Patria inmune a todas las pandemias; entre ellas, la del coronavirus.
El destierro casi absoluto del Señor de todos los centros de poder, locales e internacionales, está amenazando la supervivencia misma de nuestras naciones. Y, entonces, poco y nada, pueden hacer frente a los males morales, espirituales, económicos y hasta sanitarios que les caen en catarata. ¡Cómo resuenan, en nuestros corazones, las palabras de Dios, recogidas por el profeta Oseas: Entronizaron reyes pero sin contar conmigo; designaron príncipes, pero sin mi aprobación. Se hicieron ídolos con su plata y su oro, para su propio exterminio… Porque siembran vientos, recogerán tempestades. Tallo sin espigas no produce harina, y si la produce, se la tragarán los extranjeros (Os 8, 4. 7)!
Durante los últimos cinco siglos; y, muy particularmente, en el que concluimos hace dos décadas, Dios pasó a ser el gran excluido de lo que otrora fuera el Occidente cristiano. Curiosamente, en una sociedad que ahora presume de ser inclusiva, el Señor es el gran ausente de todas las estructuras. Y hasta quienes dicen no creer en Él combaten su existencia. O suelen tolerarlo, siempre y cuando esa relación se limite a la esfera privada.
Todos son bienvenidos a cualquier mesa de consenso, menos el Dios Uno y Trino; el Dios de la Iglesia, que revela el verdadero rostro del hombre. ¿Qué es la lucha contra el supuesto patriarcado sino un combate contra el Padre; en Quien se fundamenta toda filiación y fraternidad? ¿Puede haber sitio para relaciones hondas y verdaderas entre quienes, a falta de un Padre, ya no pueden reconocerse como hermanos? ¿Puede hallarse una auténtica solidaridad entre quienes solo se ven como adversarios; y hasta como mutuas amenazas para el propio bienestar?
Dios reina sobre las naciones, Dios se sienta en su trono sagrado (Sal 47, 9), nos recuerda la Biblia. Pero nosotros no queremos que Cristo reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies (1 Cor 15, 25). Y, en el colmo de nuestra carrera hacia la autodemolición, terminamos dándonos leyes sin Dios, y más aún contra Dios. Cómo nos conviene recordar lo que, sabiamente, enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: El ejercicio de una autoridad está moralmente regulado por su origen divino, su naturaleza racional y su objetivo específico. Nadie puede ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural (n. 2235). Y, por supuesto, el ejercicio de la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de valores con el fin de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos (n. 2236). Todo lo contrario a lo que se promueve aquí y allá: una falsa libertad absoluta, sin verdad y, claro está, sin responsabilidad.
Nuestras naciones antaño cristianas conocieron su más alto nivel de humanismo cuando buscaron sin complejos a Dios; cuando se animaron, aun a costa de no pocos sacrificios, a cumplir con sus exigencias; y cuando fueron tejiendo sus tradiciones y sus estructuras sobre virtudes cristianas como la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Hasta nuestro Ernesto Sábato, gran hombre de letras, aunque con no pocos conflictos con la religión y los creyentes, apeló a Dios para demostrarlo: Me entristece que la esencia de la España que amo esté desapareciendo. La España áspera, indómita, fuerte. La España de Cervantes, de Unamuno, de Machado, de Lorca, de Hernández.
Quiera Dios que no llegue el día en que McDonalds instale su fábrica de hamburguesas en una plaza de toros… ¡Vaya si son actuales estas palabras, en un San Fermín sin toros; que, en este 2020, solo puede recordarse a través de youtube, u otras plataformas!
En nuestra Argentina estamos a horas de celebrar un nuevo aniversario de la Declaración de la Independencia; el 9 de Julio de 1816, en Tucumán. De los 29 firmantes del Acta, doce fueron prominentes sacerdotes; y, la mayoría del resto, comprometidos católicos. Es interesante destacar que tras proclamarse una nación libre e independiente del Rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, aquellos representantes de las entonces llamadas Provincias Unidas en Sud América, agregaron la frase y de toda otra dominación extranjera. Es evidente que aquellos hombres no solo eran conscientes, tras la invasión portuguesa a la Banda Oriental, de que había tratativas para entregar las Provincias Unidas al Reino de Portugal, sino que también detrás de eso estaban las logias masónicas, y la histórica amenaza inglesa.
Lo cierto es que, 204 años después, Argentina, al igual que tantos otros países, es absolutamente dependiente; no ya de potencias extranjeras, sino de los poderes ocultos que tienen secuestradas a buena parte de las organizaciones multilaterales, y que manejan el mundo, como se dice en el habla popular. Los prohombres de Tucumán, al declarar la Independencia, invocaron al Eterno que preside el universo. Hoy hasta tenemos presidentes que no saben hacerse la señal de la Cruz; y funcionarios que, lejos de jurar por Dios, lo hacen por sus líderes mundanos, sus obsesiones ideológicas e, inclusive, por sus mascotas… Entre ellos, y los que se jactan, por ejemplo, de ser ateos militantes tenemos dirigentes absolutamente alejados de la Trascendencia; y, por lo tanto, de cualquier seria y perdurable cristianización y humanización de nuestra Patria.
Hace 40 años, el 9 de Julio de 1980, en el Campo de la Gloria, en San Lorenzo, donde el General José de San Martín libró la histórica batalla, tuve el honor de jurar a la Patria seguir constantemente su bandera y defenderla hasta perder la vida. Lo hice como soldado clase 61, junto a otros camaradas del Distrito Militar Rosario. Poco más de 25 años después, como seminarista, me tocó revivir de algún modo, cada Domingo por la mañana, aquella ceremonia; cuando saludaba a los Exploradores, en la parroquia Virgen de los Milagros de Caacupé, en la villa 21, de Barracas, en Buenos Aires. Ante mi pregunta: Exploradores, ¿nuestro lema es?, ellos -con el pecho ardiente como el mío, en aquella mañana invernal, a orillas del río Paraná-, contestaban: Dios, Patria, y Hogar, ¡siempre listos! Les tocaba ser, desde pequeños, valientes soldados de la fe, la argentinidad y la familia, en una batalla constante frente a la injusticia social, la pobreza extrema, la indigencia implacable, la destrucción de la familia, el hacinamiento múltiple, y el pavoroso crecimiento del tráfico, la violencia y las adicciones…
Las pandemias que invaden nuestros países solo podrán superarse con un retorno decidido a Dios, a la Iglesia, a las raíces patrias, y a los más básicos vínculos familiares. Claro que, para poder enfrentarlas, primero deben reconocerse como tales; y no calificarlas, por ejemplo, de nuevos derechos, o el reinado del prohibido prohibir…
La Piedra que necesitamos–no ya la de aquel juego infantil- es aquella que rechazaron los constructores, y que ha llegado a ser la piedra angular; la obra del Señor, admirable a nuestros ojos (Mt 21, 42). Solo desde Cristo, que hace nuevas todas las cosas (Ap 21, 5), podremos enfrentar todas las pestes habidas y por haber. Con la seguridad, claro está, de la Victoria final; de aquella que ningún sabio y prudente (Mt 11, 25) de este mundo jamás podrá alcanzar…
+ Padre Christian Viña
Cambaceres, martes 7 de julio de 2020.
Fiesta de San Fermín, Obispo.
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