Deber de combatir el error
- P. José María Iraburu
- 11 nov 2020
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 19 ago 2021

Los Pastores sagrados han de predicar la verdad evangélica –entera, toda; también aquella que puede ocasionar rechazos–, deben refutar los errores que dañan a los fieles, y están obligados, incluso por el Derecho Canónico, a sancionar eficazmente a los maestros del error.
«Debe ser castigado con una pena justa quien 1º [...] enseña una doctrina condenada por el Romano Pontífice o por un Concilio Ecuménico o rechaza pertinazmente la doctrina descrita en el c. 752 [sobre el asentimiento debido al Magisterio en materias de fide vel de moribus] y, amonestado por la Sede Apostólica o por el Ordinario, no se retracta; 2º quien de otro modo desobedece a la Sede Apostólica, al Ordinario o al Superior cuando mandan o prohiben algo legítimamente, y persiste en su desobediencia después de haber sido amonestado» (canon 1371).
Acerca de esto, en el Código de 1917, vigente hasta el de 1983, la Iglesia determinaba estas penas: sean «apartados del ministerio de predicar la palabra de Dios y oír confesiones sacramentales y de todo cargo docente» (c. 2317).
Volviendo al Código actual, de 1983: la Autoridad suprema de la Iglesia establece que «debe ser castigado» el que atenta contra la doctrina o a la disciplina de la Iglesia. No dice simplemente que puede ser castigado, sino que debe serlo. Es, pues, un deber pastoral de los Obispos.
Habrá ocasiones concretas en que el bien común exija, como mal menor, demorar tal castigo o no aplicarlo. Ésa es una cuestión que la prudencia pastoral debe discernir en cada caso. Pero es evidente que el Obispo o Superior que habitual y sistemáticamente no cumple esta ley universal de la Iglesia es infiel a su ministerio. Resiste al Espíritu Santo, que es el Espíritu de la verdad y de la unidad, y se hace uno de los principales responsables de las confusiones y divisiones que lesionan a su Iglesia.
«Mirad por vosotros y por todo el rebaño, sobre el cual el Espíritu Santo os ha constituido Obispos, para apacentar la Iglesia de Dios, que Él adquirió con su sangre. Yo sé que después de mi partida vendrán a vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño, y que de entre vosotros mismos se levantarán hombres que enseñen doctrinas perversas, para arrastrar a los discípulos en su seguimiento. Estad, pues, vigilantes» (Hch 20,28-31: episcopos = vigilante, guardián).
En fin, aparte de los argumentos teológicos y canónicos brevemente aludidos, el deber de combatir los errores y a sus maestros tiene su proclamación definitiva en el ejemplo de Cristo y de los santos.
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