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Dar a Dios lo que es de Dios. Culto y cultura.

  • Mons. Fernando María Cavaller
  • 21 oct 2020
  • 6 Min. de lectura

La respuesta de Jesús deshizo la trampa de los fariseos que le preguntaban sobre la obligación del impuesto: si decía que no lo acusarían de traición al César, si decía que sí de traición al pueblo de Israel. Pero la cuestión de fondo no era sólo el impuesto. La esfinge del emperador que estaba grabada en la moneda oficial representaba algo más que la autoridad que exigía el impuesto. El emperador romano tenía, desde Augusto, un culto propio, junto al de los dioses paganos. Era adorado como un dios. Y esto era tan obligatorio como el impuesto. De hecho, los cristianos de los primeros siglos morirán de a miles como mártires por negarse al culto divino, no solo de los dioses paganos sino también del emperador, y por eso eran juzgados como traidores y condenados a muerte. La respuesta de Jesús iba entonces más allá de los impuestos: quería decir “al Cesar lo que es del Cesar”, lo que le corresponde a un hombre que tiene autoridad, que se le pague el impuesto, pero no que se le rinda culto, porque eso sólo corresponde darlo a Dios: “a Dios lo que es de Dios”.


La imagen del Cesar divinizado no fue algo exclusivo de la antigüedad. Abundaron maniáticos posteriores en la historia, que si bien no pidieron un culto religioso abiertamente, exigieron una pleitesía parecida, desafiando la autoridad de Dios y la Ley de Dios que está impresa en la naturaleza de las cosas. Pero esto pasó de ser la pretensión de gobernantes para convertirse en una visión general del mundo actual. Se ha ido reemplazando lo natural, que Dios ha creado, por lo cultural, lo que hacen los seres humanos, que son muchos y diferentes, y entonces se habla de una sociedad multicultural. Y como “cultura” y “culto” son la misma palabra, porque es verdad que el fundamento de cualquier cultura histórica ha sido siempre el culto religioso., entonces, a una sociedad multicultural le corresponde ser una sociedad multirreligiosa. Y así como se sustituye la naturaleza creada por Dios por la cultura creada por los hombres, también se remplaza la religión revelada por Dios por las religiones creadas por los hombres. Y se promueve un relativismo cultural y religioso como sistema universal, donde ya no hay una Verdad, ni sobre Dios, ni sobre el ser humano. Más aun, se va reemplazando a Dios por el Hombre. Ya no se diviniza a un emperador sino a la misma Humanidad. Y el culto a la Humanidad produce una cultura humanitaria. Dios se ha hecho irrelevante en el culto y la cultura. En eso estamos. Ha venido a triunfar el ideal masónico.

No debe sorprendernos que este abandono de “dar a Dios lo que es de Dios”, haya producido la desobediencia a la Ley divina, tanto en el orden natural como sobrenatural. Las leyes de aborto, que llegan a permitirlo incluso con el niño acabado de nacer, como en el estado de Nueva York, son fruto de haber sustituido a Dios por la Humanidad divinizada, que cree tener poder sobre la vida y la muerte de este o aquel, según su credo demográfico, y ha instaurado lo que San Juan Pablo II llamaba la “cultura de la muerte”. Lo mismo ocurre con el culto ecológico sin Dios, que ha terminado por divinizar, o redivinizar, a la Madre Tierra de las religiones primitvas y ubicarla en el panteón de la diosa Humanidad. Lo mismo ocurre con el matrimonio, concebido como un producto no natural sino cultural, creado por el hombre, no por Dios, y que el Hombre mismo puede cambiar si lo desea. Puede sustituir lo que ahora se llama “modelo tradicional” de varón y mujer, por todas las combinaciones posibles de sexos, reales o imaginarios, una verdadera multisexualidad, que encaja maravillosamente en una sociedad multicultural.y multirreligiosa. Y para que esto sea más real, la diosa Humanidad ha venido a declarar como dogma de fe la perspectiva de género: el sexo no viene dado por la naturaleza sino que puede ser elegido por cada persona. Todo esto conforma un verdadero Magisterio de la religión humanitaria, que tiene como primer mandamiento vivir en libertad, pero entendida según la gran tradición que se remonta al paraíso, es decir, liberarse de Dios. El diablo fue el primero en inventar una nueva religión, y decirle a Adán y Eva “seréis como dioses”. Y lo sigue haciendo. Hay que reconocer que ha inventado con éxito, a raíz de la pandemia, un verdadero culto a la Salud, que ha conseguido suspender el culto a Dios, cerrando precisamente las iglesias donde se celebra. Ha sabido hacer crecer el temor a la muerte y dejarlo a la vez sin el consuelo religioso. Ha logrado confundir el cuidado de la salud, que está bien, con un culto puramente humanitario, que está mal. Y con el rito del aislamiento total ha provocado muchas más enfermedades de tipo espiritual. Porque sabe que el ser humano fue creado para Dios, y que sin Él no puede vivir, ni sano ni enfermo, y que sin Él tampoco sabe morir. Por supuesto, esta religión de la diosa Salud no habla de Salud Eterna.

En síntesis, el evangelio de hoy no nos advierte sólo del impuesto monetario al Cesar de turno, aunque la economía también puede erigirse en religión, sino de todas las demás cosas que el sistema actual globalizado quiere obligarnos a pagar como tributo, en nombre de la diosa Humanidad.

Lógicamente, a medida que esta súper religión humanitaria ha crecido, y rápidamente, se ha hecho cada vez más intolerable la idea cristiana original de evangelizar precisamente a toda la humanidad, y a todas sus culturas, en todo tiempo y lugar. Tenemos a los predicadores de la religión humanitaria, que ven con malos ojos el trabajo misionero de siglos, no solo con los pueblos bárbaros europeos, sino con los chinos y los hindúes, el sudeste asiático, el continente africano, el australiano, y el nuestro americano.


Se insiste en las culturas de los pueblos originarios a la vez que se condena haberlos cristianizado. Por supuesto, la Verdad que viene de Dios es anterior a cualquier cultura y época histórica, es universal en el tiempo y en el espacio, pero ahora se escucha decir que Dios no sólo permite, sino que quiere positivamente que haya distintas religiones y culturas. No hace falta pensar mucho para darse cuenta que esto contradice frontalmente el mandato de Cristo a los Apóstoles de bautizar a todas las naciones (Mt 28,19), que es la esencia de la misión de la Iglesia en el mundo. Y se opone al evangelio de hoy. Cuando Jesús dice “dar a Dios lo que es de Dios”, está hablando del único Dios verdadero que Él venía a revelar por completo: Padre, Hijo y Espíritu Santo. No se refiere a ningún otro dios o dioses paganos, a los cuales Israel se había opuesto desde el principio, y que la Iglesia cristiana siguió considerando como idolatría. Y eso era, al mismo tiempo, establecer el fundamento de una cultura cristiana, que en efecto comenzó a impregnar el mundo, purificando y elevando, sin destruir, las culturas que iba encontrando a su paso. Pero los dioses paganos y el culto idolátrico fueron reemplazados por el culto al Dios verdadero, sin ningún sincretismo. La figura de Jesucristo “Pantocrator”, es decir, Todopoderoso, ocupó en las basílicas romanas y bizantinas, el mismo lugar que había ocupado la estatua del emperador divinizado. Y los mismos emperadores se hicieron cristianos. La Iglesia cristianizó el mundo antiguo, religiosa y culturalmente. Y el proceso continuó durante veinte siglos.

Lamentablemente, hoy asistimos a un proceso inverso: la descristianización del mundo contemporáneo. Pero si la cultura cristiana se diluye y tiende a desaparecer, es porque primero se ha diluido el culto cristiano al Dios verdadero. Y no basta hablar de “valores” cristianos que habría que salvar, porque van a desaparecer también sin el culto que les dio origen, sin la fe y la adoración de Jesucristo, Rey del Universo. Y aquí está también la causa de la disgregación de este mundo descristianizado. La sumatoria multirreligiosa y multicultural de dioses y pachamamas no puede dar por resultado ninguna unidad del género humano, ninguna fraternidad posible. Simplemente será volver al paganismo precristiano, a la feria de religiones que era la Roma del César Augusto. O peor aún, entrar en un paganismo postcristiano, que le concede a Cristo un lugar entre otros. La Iglesia, en cambio, sí es Una y nació Católica, es decir, universal, y lleva en sí misma el don del Espíritu Santo que quiere y puede unir a todos los hombres, en el Amor y la Verdad de Cristo. El cristianismo tiene un poder asimilador y unitivo que ninguna religión o civilización ha mostrado en toda la historia de la humanidad. Es precisamente la religión que necesita toda la humanidad, que Cristo ha redimido.


Finalmente, hay que decir, que esta religión de la Humanidad divinizada, termina en lo irracional. Chesterton decía que cuando Dios desaparece de la sociedad humana las cosas se vuelven locas, y el mundo se parece a un manicomio. Y es verdad. Pero los cristianos, por la gracia de Dios, son los que han mantenido siempre la Cordura de la Fe, y la Salud de la Esperanza y la Caridad, iluminando el mundo con la Sabiduría medicinal que viene de Cristo. Somos cristianos y católicos: lo nuestro es seguir cristianizando la humanidad y evangelizando las culturas, y vemos con claridad que esta situación crítica que vive el mundo y la Iglesia, una verdadera pandemia religiosa y cultural, es una oportunidad grandiosa que nos concede la Providencia para dar a Dios lo que es de Dios, y del culto a la cultura reordenar todas las demás cosas hacia Él.

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