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CORPUS CHRISTI (A) 2020 LA PRESENCIA REAL DE CRISTO EN LA EUCARISTÍA

  • Foto del escritor: P. Javier López Díaz
    P. Javier López Díaz
  • 17 jun 2020
  • 7 Min. de lectura

Así como la celebración de la Pascua y de Pentecostés tuvieron una significación especial vividas durante la cuarentena, salta a la vista que la tiene de modo más evidente la celebración de Corpus Christi de este domingo. Desde el siglo XIII, cuando fue instituida esta Fiesta, la Iglesia la ha celebrado con Misa solemne, adoración y procesión con el Santísimo Sacramento por las calles de ciudades y pueblos del mundo entero.

Pero aquí no se puede ni siquiera celebrar misa en público, y mucho menos hacer procesiones. No puede haber Corpus Christi sin misa. Y es el colmo de la contradicción que, para celebrar la Presencia real y substancial de Cristo en la Eucaristía, los fieles tengan que ver misa por televisión, es decir, de modo virtual. La religión cristiana no sólo está fundada en hechos reales, sino que se practica desde el comienzo con un culto real. ¿Cómo se hace para celebrar virtualmente, comulgar virtualmente y adorar virtualmente? Nadie que tenga realmente hambre se conformaría con mirar por televisión uno de esos programas donde se cocinan platos diferentes. ¿En qué religión espiritualista absurda estamos cayendo? Celebrar sin celebrar, comulgar sin comulgar, adorar sin adorar, y hacer procesiones virtuales. Es una pandemia de locura. Es un cristianismo surrealista, como se llamó aquel movimiento artístico y literario que surgió después de la Primera Guerra Mundial, inspirado en las teorías psicoanalíticas para intentar reflejar el funcionamiento del subconsciente, dejando de lado cualquier tipo de control racional. Con estas prácticas televisivas, el culto y la recepción del sacramento eucarístico se convierten en un sueño de irrealidades, sin el control racional propio de la fe.


Esperemos que esta pesadilla surrealista termine cuanto antes, y podamos despertar a la realidad. Y que los pintores de este cuadro surrealista se dediquen a otra cosa, o se conviertan en pintores de la realidad. La Iglesia siempre vivió de las imágenes de un Cristo reconocible, que entregó Su Cuerpo y Su Sangre en la Cena del Jueves Santo para ofrecerlo cruentamente al día siguiente en la Cruz, por la salvación de todos los hombres. Pero no se limitó a pintar o esculpir imágenes sagradas, sino que las colocó en torno al Altar real donde ese misterio se actualiza cada vez en la Misa, como el mismo Jesús pidió a los Apóstoles: “Haced esto en memoria mía”. Todas las iglesias, grandes catedrales y pequeñas capillas, han sido y son el espacio sagrado donde se celebra la misa. Un espacio real donde ocurre un hecho real, el más real del mundo después de la Creación. Cristo quiso que la realidad de Su presencia Eucarística pudiese ser participada allí donde se celebrara la misa, en cualquier tiempo y lugar. Y así surgieron las iglesias a lo largo de la historia de la Iglesia, con sus diversos estilos. La catedral de Orvieto es gótico italiano, con una fachada extraordinaria, un retablo gigante decorado con escenas evangélicas en mosaicos multicolores, y un interior lleno de pinturas de los más grandes artistas renacentistas. Pero se levantó para contener el relicario con el corporal manchado con la Sangre de Cristo, el milagro ocurrido en Bolsena, cuando aquel sacerdote, que había perdido la fe en la Presencia real de Cristo en la Eucaristía, suplicó al Señor volver a tenerla y vio con sus propios ojos cómo caían las gotas de Sangre desde la hostia consagrada. Pero la realidad mayor es que en ese altar de la reliquia, se celebra la misa desde hace 800 años. Porque la misma reliquia nos habla de la realidad de la misa durante la cual se produjo el milagro. Jesús hizo este milagro en especial, y otros muchos milagros eucarísticos, para confirmar Su Presencia Real, no simbólica, ni mucho menos virtual.


Hoy deberíamos poder estar en el Cenáculo de Jerusalén, donde Jesús instituyó la Eucaristía aquel primer Jueves Santo. Corpus Christi es un eco del Jueves Santo y por eso se instituyó la Fiesta para el Jueves después de Trinidad. Pero aquí el gobierno sacó el feriado allá por 1967 y la Iglesia pasó la Fiesta al domingo siguiente, perdiendo en parte ese realismo del que hablamos y el nexo con su origen. En muchos países sigue siendo feriado y se celebró el jueves correspondiente.


En fin, ¡que se abran las iglesias y puedan los fieles participar de veras en este sacramento!, que es “fundamento y culmen de la vida de la Iglesia”, lo más celestial que existe sobre la tierra. El mismo Señor lo dio a entender, cuando, con un lenguaje, no simbólico ni metafórico, sino realista al máximo, dijo, y es el pasaje que se lee hoy: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 53-54). Es decir, que, a su Presencia real en la Eucaristía, corresponde una transformación real en quien la recibe. De algún modo somos transustanciados, transfigurados, para poder llegar al Cielo.


Se comprende por todo esto, y debemos recordarlo especialmente hoy, que el demonio odia de modo particular la Eucaristía, y siempre ha intentado impedir como sea su celebración. Ha destruido iglesias durante las persecuciones a lo largo de la historia, o profanándolas. Lo ha hecho también persiguiendo a los sacerdotes, que son los únicos que pueden celebrarla, pues Jesús la instituyó el Jueves Santo junto al sacramento del Orden Sagrado, y así continúa unida al sacerdocio católico. Esta persecución ha sido muchas veces también externa, y hay una multitud de sacerdotes mártires de todas las épocas. Pero también ha sido, y es, una persecución interna, cuando intenta derrumbar la fe del sacerdote en la Presencia real del Jesús en la Eucaristía, como le sucedió a aquel sacerdote del milagro de Bolsena. A juzgar por algunas maneras de celebrar la misa, convirtiéndolas en un espectáculo donde el sacerdote es un actor (riesgo que aumenta con la televisación), con la consiguiente pérdida de sacralidad litúrgica, que en las últimas décadas ha llegado en muchos casos al límite de lo soportable, se hace imposible no pensar en la pérdida de fe del celebrante en la Presencia real de Jesús.


Si estas cosas venían sucediendo, no podemos tampoco dejar de pensar que el demonio esté obrando ahora mismo en contra de la Eucaristía y de los sacerdotes que la consagran, alejando así a los fieles del sacramento, logrando que muchos vayan perdiendo la fe en la Presencia real del Señor, y olvidando incluso sus mismas palabras en el Evangelio. Cualquier pandemia puede ser ocasión propicia. Cualquier gobierno que no considera esencial el culto, también. Y cualquier sacerdote puede ser engañado con falsos razonamientos e ideologías. Hemos escuchado algunos que comparan o contraponen el pan eucarístico al pan material, para dar prioridad a este último, cuando la misma historia muestra que la caridad real para con los pobres ha surgido de la unión eucarística real con Cristo. ¿De qué “pan de cada día” habla el Padrenuestro, sino de Cristo mismo, Pan de Vida, después de pedir que se haga la voluntad del Padre y antes de pedir que perdone nuestras ofensas, que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del Maligno?


La ocasión de esta situación sin precedentes, está logrando en muchos un aumento de su fe, …pero en otros no. En unos hay un crecimiento del amor a la Eucaristía, en otros un alejamiento de la misma. Que el Señor nos conceda salir lo más rápido posible de esta ocasión peligrosa, a pastores y ovejas de Su rebaño. Se lo pedimos en esta fiesta de Corpus Christi, con el Himno que el papa Urbano IV le pidió en 1264 a Santo Tomás de Aquino que compusiera como Secuencia de la Misa, para ser cantado antes del Evangelio. Es el Lauda Sion, que dice así:


Glorifica, Sión, a tu Salvador,

aclama con himnos

y cantos a tu Jefe y tu Pastor.


Glorifícalo cuanto puedas,

porque él está sobre todo elogio

y nunca lo glorificarás bastante.


El motivo de alabanza

que hoy se nos propone

es el pan que da la vida.


El mismo pan que en la Cena

Cristo entregó a los Doce,

congregados como hermanos.


Alabemos ese pan con entusiasmo,

alabémoslo con alegría,

que resuene nuestro júbilo ferviente.


Porque hoy celebramos el día

en que se renueva la institución

de este sagrado banquete.


En esta mesa del nuevo Rey,

la Pascua de la nueva alianza

pone fin a la Pascua antigua.


El nuevo rito sustituye al viejo,

las sombras se disipan ante la verdad,

la luz ahuyenta las tinieblas.


Lo que Cristo hizo en la Cena,

mandó que se repitiera

en memoria de su amor.


Instruidos con su enseñanza,

consagramos el pan y el vino

para el sacrificio de la salvación.


Es verdad de fe para los cristianos

que el pan se convierte en la carne,

y el vino, en la sangre de Cristo.


Lo que no comprendes y no ves

es atestiguado por la fe,

por encima del orden natural.


Bajo la forma del pan y del vino,

que son signos solamente,

se ocultan preciosas realidades.


Su carne es comida, y su sangre, bebida,

pero bajo cada uno de estos signos,

está Cristo todo entero.


Se lo recibe íntegramente,

sin que nadie pueda dividirlo

ni quebrarlo ni partirlo.


Lo recibe uno, lo reciben mil,

tanto éstos como aquél,

sin que nadie pueda consumirlo.


Es vida para unos y muerte para otros.

Buenos y malos, todos lo reciben,

pero con diverso resultado.


Es muerte para los pecadores

y vida para los justos;

mira como un mismo alimento

tiene efectos tan contrarios.


Cuando se parte la hostia, no vaciles:

recuerda que en cada fragmento

está Cristo todo entero.


La realidad permanece intacta,

sólo se parten los signos,

y Cristo no queda disminuido,

ni en su ser ni en su medida.


Este es el pan de los ángeles,

convertido en alimento

de los hombres peregrinos:

es el verdadero pan de los hijos,

que no debe tirarse a los perros.


Varios signos lo anunciaron:

el sacrificio de Isaac,

la inmolación del Cordero pascual

y el maná que comieron nuestros padres.


Jesús, buen Pastor, pan verdadero,

ten piedad de nosotros:

apaciéntanos y cuídanos;

permítenos contemplar los bienes eternos

en la tierra de los vivientes.


Tú, que lo sabes y lo puedes todo,

tú, que nos alimentas en este mundo,

conviértenos en tus comensales del cielo,

en tus coherederos y amigos,

junto con todos los santos.



Permitida su reproducción citando autor y a La Cumbrera.


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