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Tolkien: El mal depende de la bondad

  • Gregory Bassham y Eric Bronson
  • 20 abr 2020
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 9 jun 2020


Otra forma de entender el mal es considerarlo básicamente como un parásito de la bondad. Desde esta perspectiva, la bondad es necesaria para la existencia del mal, pero el mal no es necesario para la existencia de la bondad. Según esta concepción, el mal es como la oscuridad de una sombra: para que existan sombras es necesario que haya luz, pero la luz no necesita de las sombras para existir. La bondad es primordial e independiente, mientras que el mal es algo secundario, que depende de la bondad para existir.

Esta concepción se denomina con frecuencia «agustiniana», pues fue expuesta por san Agustín (354-430), uno de los pensadores cristianos más famosos e influyentes de todos los tiempos. Escribe san Agustín:

«Dondequiera que veas medida, número y orden, no vaciles en atribuir todo ello a Dios, su Creador. Cuando prescinda de la medida, el número y el orden, no queda nada en absoluto [...] Por tanto, si todo lo bueno se sustrae por completo, no queda ningún vestigio de la realidad que persista; de hecho, no queda nada. Todo el bien procede de Dios»

Tolkien acepta esta concepción agustiniana del mal. En una carta, escribe: «En mi historia no trato del Mal Absoluto. No creo que exista tal cosa, pues eso es el Cero» (C, p. 285).

Para apreciar el funcionamiento de la concepción agustiniana del mal en El Señor de los Anillos, recuérdese que ésta incluye la idea de que el mal es la ausencia de bondad, del mismo modo que la oscuridad es la ausencia de luz. Y dado que la bondad es primordial e independiente, esto implica que cuanto más maligno es algo más se aproxima al «Cero», esto es, a la nada. Hay muchos ejemplos de ello en El Señor de los Anillos.

Los Espectros del Anillo, por ejemplo, cabalgan sobre caballos reales y visten ropas negras reales para dar «forma a la nada que ellos son, cuando tienen tratos con los vivos» (CA, p. 263). Cuando el Señor de los Nazgûl intenta entrar por la Puerta de Minas Tirith, Gandalf le dice: «¡Vuelve al abismo preparado para ti! ¡Vuelve! ¡Húndete en la nada que te espera, a ti y a tu Amo!» (RR, p. 121). Cuando Frodo se asoma al espejo de Galadriel y mira el Ojo de Sauron, ve que «la hendidura negra de la pupila se abría sobre un pozo, una ventana a la nada» (CA, p. 427). Y Gandalf comenta que, tras la caída de Isengard, Saruman ha quedado reducido a una «piltrafa» como consecuencia de su malvada vida, por lo que nada se puede hacer ya por él (RR, p. 327).

Tolkien refrenda la concepción agustiniana del mal en la escena en que, en medio de la deprimente desolación de Mordor, Sam ve una estrella blanca que titila. Su belleza le sobrecoge y le ayuda a recuperar la esperanza: Porque frió y nítido como una saeta lo traspasó el pensamiento de que la Sombra era al fin y al cabo una cosa pequeña y transitoria, y que había algo que ella nunca alcanzaría: la luz, y una belleza muy alta (RR, p. 244).

Por tanto, tenemos que Tolkien coincide con san Agustín en que nada es malo de forma completa y absoluta, porque algo así no podría ni siquiera existir, dado que la existencia misma es buena. Y que ambos creen que mientras la bondad es primordial e independiente, el mal es secundario y dependiente de la bondad. Ahora bien, si eso es cierto, ¿de dónde viene el mal entonces? Si el mundo era completamente bueno en determinado momento, ¿cómo pudo el mal empezar a existir en un principio?

Extraido del libro "El Señor de los Anillos y la Filosofía", de Gregory Bassham y Eric Bronson.

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