5ª DOMINGO DE CUARESMA (A) 2020 EL QUE CREA EN MÍ, AUNQUE MUERA VIVIRÁ
- Mons. Fernando María Cavaller
- 29 mar 2020
- 5 Min. de lectura

Este 5º domingo de Cuaresma leemos en el Evangelio la resurrección de Lázaro. Lo primero que dice el texto es que Jesús decide ir a Judea, donde está Betania, apenas tres kilómetros de Jerusalén. Esto significaba ponerse en riesgo de ser apresado por los judíos que buscaban matarlo. Y en efecto, después de este milagro se desencadena la última persecución contra Jesús, que desemboca en pocos días en su pasión y muerte. Él asumió también y voluntariamente nuestra situación humana de vivir en riesgo, como ahora. Al pensar entonces en nuestro riesgo, y todo el mundo lo experimenta, con o sin exageración, llega el pánico por mirarnos solamente a nosotros mismos. Lo que hay que hacer es mirar a Jesús, meditando del modo más real posible lo que Él afrontó. Y afrontar así lo que nos toque, en la medida que sea.
Al llegar a Betania Jesús hizo el último milagro, y el más grande en comparación con los anteriores. San Juan es el único que lo relata, y lo pone al final de una lista de siete milagros que él selecciona, un número que significa la totalidad, la plenitud, y son milagros que van creciendo en importancia. El 1º: El agua cambiada en vino en las bodas de Caná. El 2º: La curación a distancia del hijo del funcionario real. El 3º: La curación del paralítico en la piscina de Betesda. El 4º: La multiplicación de los panes. El 5ª: Jesús camina sobre las aguas. El 6º: la curación del ciego de nacimiento (que leímos el domingo pasado). Y el 7º: la resurrección de Lázaro. Los dos últimos ponen en acción las palabras que San Juan trae en el prólogo de su Evangelio, al presentar a Jesucristo como Luz y Vida.
Consideremos algunas cosas del relato, que todos podrán leer íntegro. Jesús llega a la casa de Lázaro, en la que vivían también sus hermanas, Marta y María. Ya había resucitado muertos, como la pequeña hija del jefe de la sinagoga de Cafarnaúm durante el velorio, o el hijo de la viuda de Naím durante el cortejo fúnebre antes del entierro. Pero aquí el hecho es más elocuente y grandioso. Lázaro ya había sido sepultado cuatro días antes. La escena del milagro será en el mismo sepulcro. Pero todavía en la casa, Jesús le dice a Marta: “Tu hermano resucitará…” Yo soy la Resurrección y la Vida…El que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto?”. Hoy lo pregunta al mundo entero nuevamente, y con urgencia. Es la gran pregunta que abre el camino de la fe cristiana. Marta respondió que sí.
Pero el relato dice algo nuevo en la vida de Jesús que nos presenta: al salir a su encuentro María y los demás que lloraban, “Jesús se conmovió y se echó a llorar”. Este llanto tiene un significado inmenso. Él es Dios hecho hombre, llora como hombre, pero también manifiesta “el llanto de Dios”, porque la muerte es un mal que Dios no ha creado, es una tragedia que ha brotado por el pecado del hombre. Y Jesús llora ante ambas cosas. Ha venido a llorarlas, pero también a redimirlas, con su propia muerte y resurrección. ¿Quién de nosotros no ha visto morir y sepultar algún ser querido? Ahora llevamos la cuenta de los muertos por el virus, que los medios registran al minuto. Pero la realidad es que diariamente y a cada momento mueren cientos de miles de personas, y son sepultadas, no a causa del virus. Y así seguirá siendo cuando acabe la pandemia. El mundo entero es un inmenso cementerio desde Adán. Dice el texto que “conmoviéndose nuevamente, Jesús llegó al sepulcro”, como quien llegaba a las tumbas de toda la humanidad.
El realismo es tremendo. Jesús dijo en el sepulcro “¡Quiten la piedra!”, a lo que Marta le respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”. Este es el relato que suele leerse en cualquier entierro, porque es entonces cuando se comprende mejor que Jesús ha venido a resolver precisamente eso. Le contesta a Marta, “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”. Y entonces, con la misma fuerza creadora con la que Dios dijo al comienzo de la creación “Hágase la luz”, y la luz se hizo, Jesús “gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, sal fuera!”, y “el muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario”. El realismo es total y termina con la indicación final de Jesús: “Desátenlo para que pueda caminar”. Ya no era la curación de un paralítico sino la parálisis final de la muerte. Marta y María volvieron a casa con su hermano Lázaro. La tumba quedó vacía.
El milagro desencadenó a tal punto la furia de los enemigos de Jesús, dice el evangelio, que “los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo…y desde este día, decidieron darle muerte, …y decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús” (11, 45 - 12,11). “Creían en Jesús”. El cuadro del mundo actual es desolador porque gran parte de la humanidad no cree en Jesús, y esta es el telón de fondo de la pandemia. No hay esperanza frente a la muerte. Nosotros creemos en Él. Frente a la muerte lloramos, pero con Cristo esperamos, como Marta y María, que actúe, y lo hará, según ha dicho con todo realismo: “El que cree en Mí, aunque muera, vivirá”.
Pero esto significa también, antes de que ocurra nuestra muerte corporal, que la cuestión es no vivir muriéndonos en el pecado. No estar enfermos o muertos ahora mismo del virus del pecado. Jesús nos grita como en la tumba de Betania, “¡Sal fuera!, …salí de esa tumba, amortajado con tus pecados. He venido a darte la gracia del perdón, para que vivas santamente ahora, … ahora mismo, …y luego por toda la eternidad”. Jesús también llora por nosotros.
La Cuaresma es este llamado, “¡Sal fuera!”. Paradójicamente suena al revés del “Quédate adentro”, que es el mandato oficial, pero en otro sentido. Dentro de mi casa sí, pero libre de mis culpas, evitando el contagio del virus sí, pero con más razón el del pecado. Si contestamos con fe el Señor nos sacará de la tumba, la del pecado primero, y la de la muerte después, y nos hará vivir la Pascua.
En pocos días más vendrá el Hecho decisivo. El milagro de Lázaro era un anticipo de una obra mayor: la Resurrección de Jesús, un estado de vida definitivo, eterno, la misma Vida de Dios. Estamos ahora a sólo 15 días de la Pascua. El próximo domingo será el de Ramos, que inicia la Semana Santa. Será distinta, con seguridad, pero no menos gloriosa y eficaz, porque no es obra nuestra, y el protagonista es Jesucristo. Es Él quien actúa y nos hará ver, como le dijo a Marta, “la gloria de Dios”.
Bendición y buen domingo
Cortesía de Mons. Fernando María Cavaller. Permitida su reproducción citando autor y a La Cumbrera.
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