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La posesión de la verdad

  • Jordán Bruno Genta
  • 14 feb 2020
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 6 may 2020


La verdadera docencia está en una enseñanza que sea realmente viva, y que encuentre un eco en los que escuchan. Siempre en el acto docente, las dos partes son activas, el que habla y el que escucha, nunca es un monólogo. Es un monólogo cuando yo hablo, en rigor, sin ser escuchado, hablo para mí, y entonces evidentemente está frustrado el acto docente. La docencia significa la participación activa del que habla y del que escucha. En la medida en que lo que uno dice encuentra eco, una resonancia, es realmente revivido interiormente por el que escucha, en esa medida se cumple la acción de enseñar y de aprender. Nunca es pasivo el que aprende. Hay gente que cree que había que esperar a la pedagogía de nuestros días para saber esta vieja verdad. Cualquier lector de Platón que estudia en Platón cómo enseñaba Sócrates, la docencia socrática era una docencia que tenia dos partes, una era la ironía, y la otra era el alumbramiento. Por eso se llamaba a sí mismo partero Sócrates, porque hada lo que hace el partero. El partero no le da la vida al hijo sino que ayuda al alumbramiento. Esto es importante de entender. ¿Por qué la primera parte es ironía? ¿qué sentido tiene la ironía socrática? Siempre que él conversa o conversaba con un ciudadano, en general ese ciudadano, ese compatriota, creía saber acerca del tema que se trataba. Entonces Sócrates adoptaba la actitud del aprendiz, y le preguntaba, le solicitaba que le dijera lo que sabía, por ejemplo de la justicia, de la belleza, de la virtud, de la verdad, del conocimiento, de la ignorancia. Y el interlocutor comenzaba a trabarse, y cuando tenía que definir, no encontraba las palabras, como esos que dicen, yo sé pero no lo sé decir.

Si usted no lo sabe decir, es porque no lo sabe. Si lo dice mal es porque lo sabe mal. Es absolutamente falso, y un engendro de estos tiempos bárbaros, pretender que hay métodos para enseñar, que son distintos de los métodos para saber. Como si el método pedagógico no fuera el mismo método propio de la ciencia que usted aprende o enseña. Lo único que hace falta para saber enseñar, es saber bien lo que usted enseña, saber el qué, el cómo viene casi solo, a menos que a usted le falte lo que necesita el educador, y es una capacidad de amor, de comunicación. Si usted no tiene voluntad de comunicar lo que sabe, entonces evidentemente usted no lo comunica. Pero si usted sabe, y además necesita comunicarlo porque el saber es docente de suyo, lo más docente, lo más comunicativo que existe, entonces usted lo sabe comunicar. Porque el qué, determina el cómo.

En cambio el cómo no puede arreglar la ausencia del qué. Si usted no sabe, es inútil que aprenda toda la metodología existente; no podrá saber enseñar, porque falta lo principal. La ironía socrática, era la que a través de un humilde preguntarle al que cree saber, que le diga lo que sabe, el otro comience atrabarse, y finalmente, se dé cuenta de que no sabe.

Esta es la ironía socrática, conducir al que no sabe, creyendo que sabe, a la conciencia de que no sabe, a esta ignorancia que es sí principio de sabiduría, porque es la conciencia de que uno no sabe lo que sabe.

Ahí aprende: ya empieza el saber, ya empieza la sabiduría. Y una vez que el discípulo ha asumido conciencia de su ignorancia, y por lo tanto ha comenzado realmente a saber, lo que no sabe, y se dispondrá a aprender lo que ignora. Entonces viene la labor del partero, del que alumbra, del que ayuda a alumbrar. No es que le va transmitiendo los conocimientos como cosas que da y el otro recibe, de ninguna manera. ¿Cómo los va comunicando?, las preguntas, ¿qué sentido tienen?, suscitar, despertar la inteligencia del otro, y llevarlo al alumbramiento por sí mismo. Por eso, la forma elemental del pensamiento es el concepto, concepto viene de concebir, concebir es como engendrar, es como alumbrar, es como dar a luz en la mente la idea de una cosa, la verdad de una cosa. Y entonces, el método docente, este método eterno, de enseñar y aprender que es el método socrático, tiene esas dos partes, la ironía y el alumbramiento. Primero hace que por sí mismo el discípulo asuma conciencia de que no sabe lo que creía saber. Entonces está en condiciones de llegar a saber. Y llega a saber, claro está, conducido por el maestro, pero llega a saber por sí mismo, a ver por sí mismo. Llega a poder iluminar en su interior un verbo, donde está contenida la realidad de las cosas. Porque él, su mente, está hecha para eso, como la mente del que lo enseña. Y la verdad es una cosa tan alta, y tan generosa, y tan universal, y tan comunicativa, que la puedo poseer entera, y el otro, que la escucha o la estudia, puede también llegar a poseerla entera. Y todos podemos llegar a poseer esa verdad del mismo modo. Y ustedes se dan cuenta que la verdadera unión de las personas es la verdad. Porque a la verdad accedemos cada uno de nosotros por sí mismo, en su propio pensamiento, coincidimos en ella, somos uno en ella. Por eso el Verbo Encarnado, que es la Verdad de Dios que se hizo hombre, y que predica esa Verdad: «hacéos uno, uno entre vosotros y conmigo, como yo soy uno con el Padre». Porque sólo la Verdad es fundamento de unidad. Sólo la verdad une, de una manera que es una identificación por dentro. Esto tenemos que tenerlo en cuenta para todo en la vida.

Cuando se hace una pareja, esa pareja realmente puede marchar unida la vida entera, si coinciden ambos en el mismo fin, si los dos marchan hacia la misma meta. De lo contrario, la unión podrá ser una intensa unión carnal, que es indispensable indiscutiblemente, porque si dos personas van a compartir un lecho toda la vida, tiene que haber atracción carnal, cae de suyo. Pero esa por sí misma es una cosa pasajera. Para que sea permanente esa atracción hace falta esa coincidencia en el fin, esa coincidencia en la verdad. Si no hay esa unión interior, no puede haber coincidencia permanente en el aspecto carnal. Este es un punto clave. Lo primero, es la verdad. Y superar ese criterio estulto, diabólico de nuestro tiempo, en que te dicen, 'tú te crees que posees la verdad'. Claro que la poseo. Cuando yo sé que dos mas dos son cuatro, poseo la verdad. Pero no es una exclusividad mía, es algo que es para todos los seres inteligentes, todos pueden llegar a poseerla, pero es la única verdad. Porque no puede haber dos verdades, en el plano de lo absoluto, de lo esencial, en el orden de las definiciones, no puede haber dos distintas. Y si hay dos, una es errónea. O puede estar la verdad mezclada con el error. Pero la cosa, tenemos que reconocerla desde el principio. Si no estamos hechos para la verdad, ¿por qué somos seres inteligentes?, y si la coincidencia en la verdad no es fundamento de toda nuestra vida y de todas nuestras relaciones, entonces ya caemos en eso que se llama ahora el pluralismo ideológico, o el pluralismo de las creencias, o el pluralismo político. Fíjense que hoy es tan falso todo lo que pretende ser fundamento de la convivencia humana, que así como se proclama la coexistencia pacífica de lo que se contradice (como si usted dijera que la verdad y el error pueden coexistir), se proclama a la vez y como consecuencia de eso, pluralismo de las ideologías. Puede haber verdadera unión, de amor, de amistad, entre las personas, entre las sociedades, sea cual sea la idea que uno tiene, la creencia que uno tiene, el pensamiento que uno tiene. La verdad no interesa. Al contrario, la verdad es ofensiva, es agresiva, porque evidentemente la verdad divide. Cuando José y María lo llevaron al Niño Jesús al Templo, y estaba ahí Simeón esperando, ¿qué le dijo Simeón a María y a José?, después de agradecer a Dios la gloria de haberlo visto al Mesías antes de morir, éste -dice- será salvación de muchos y perdición de otros, va a ser un signo de contradicción. Es lógico, Él es la Verdad, o se está con Él, o se está contra Él, éste es el problema. Y con la verdad pasa siempre lo mismo: hablo de las verdades esenciales, de las verdades que dicen lo que es, definido, definitivo. La filosofía, que es una sabiduría humana, es profundizar en el mismo ser definido e inagotable, pero en el mismo ser. Todo relativismo está excluido, todo pluralismo está excluido. Es profundizar lo mismo, en lo mismo, siempre lo mismo. Y ustedes se dan cuenta que lo único que es verdaderamente nuevo es lo que es siempre verdadero, la única cosa siempre nueva en el día de hoy, es lo que ha sido y será verdad siempre.

En consecuencia, lo primero es la verdad, porque si no es en la verdad, no puede haber unión, no puede haber unidad, no puede haber nada, y se ama en la verdad. ¿Cómo va a haber un amor que sea ciego, que esté fuera de la verdad?, o que sea en el error, en la mentira o en la falsedad. Todo amor es amor en la verdad, no hay cosa más lúcida que el amor. El amor es lúcido, sólo que el amor es una cosa rara. Porque cuando la gente habla de amor, el amor lo entiende en general como posesión, la gente cree que amar es poseer la cosa amada, al ser amado. Y en cambio, el amor es un acto de donación.

El amor no es una mano que se cierra, sino una mano que se abre. El amor, amar, es dar. Y observen esto, decía Pío XII, lo que he recordado otras veces, «muchos son malos todavía porque no han sido suficientemente amados». Y es la Virgen en Fátima, que dijo que muchos se pierden porque nadie se ha sacrificado por ellos. Ahora eso sí, el verdadero amor que es donación, nunca excluye la justicia. Porque el amor sin justicia se convierte en una cosa negativa, en disolución y anarquía. Para que lo leamos en una mujer como fue Santa Catalina de Siena, una niña, llena de Dios, y por eso de verdad y de sabiduría, veamos lo siguiente. Le escribe nada menos que al Papa Urbano VI, siguiendo a Santo Tomás: «si hubiera justicia sin misericordia, estaría entre las tinieblas de la crueldad, y antes sería injusticia que justicia». La justicia que es nada más que justicia, es cruel, y en el fondo se convierte en una cosa inicua, en rigorismo. Si de algo debemos huir en la vida es del rigorismo, es decir, confundir la justicia con la exactitud, como Shylock, que quería el pago exacto de la deuda. Pero agrega la santa, «y misericordia sin justicia seria para el subdito -observen bien esto- como ungüento sobre la llaga, que debe ser quemada con fuego». Si usted le pone ungüento sobre la llaga, y deja que se siga pudriendo lo que está allí enfermo, entonces usted se da cuenta qué cosa horrenda obra la caridad sin justicia, porque antes se corrompe que se salva. «Unidas la una y la otra dan vida al sacerdote dice la santa- en el cual resplandece y le da salud al subdito».

Extraido del libro "Asalto terrorista al poder".

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