La Gracia de Dios
- P. Peter M. J. Stravinskas
- 12 feb 2020
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 9 jun 2020

La gracia parece estar atravesando por muy mal momento en la actualidad. Hay dos tendencias en competición y ambas están equivocadas y dañando la vivencia de la vida cristiana. La primera sugiere que la gracia no es necesaria porque somos buenos de sobra a la vez que suficientemente fuertes y capaces para para obrar el bien por nuestras propias fuerzas; esto es el resurgir de la herejía pelagiana, del monje Pelagio, del siglo cuarto, contra el que San Agustín luchó tan poderosamente. La segunda sugiere que los preceptos evangélicos están por encima de nuestras posibilidades como meros mortales y así, la gracia no es suficiente para suplir ese defecto. En otras palabras, o Dios nos ha puesto una carga insoportable o Él no espera de nosotros, realmente, que vivamos de acuerdo con sus mandamientos.
Pero veamos lo que la Iglesia tiene que decirnos sobre la Gracia. En términos teológicos, la gracia es a la vez poder y relación. Como poder, la gracia nos da la capacidad de obrar e ir más allá de nuestra propias capacidades humanas. La gracia no es simplemente como un producto de mayor octanaje que impulse lo que poseemos a nivel natural; es la infusión del poder del Espíritu Santo, que nos fue dado originalmente en el Bautismo y que se incrementa con cada recepción de los sacramentos adecuadamente. De esta forma, es también una relación, una relación íntima con el Dios Trino y Uno. Como todo poder o relación a nivel humano puede crecer o disminuir y perderse. Cada acto virtuoso que realizamos es resultado de la gracia de Dios, que nos mueve a actuar de una manera positiva, acompaña nuestro actuar y lo lleva a feliz conclusión. El cumplimiento del acto de virtud, entonces, profundiza nuestra relación con Dios Todopoderoso. Cada respuesta positiva al impulso de la gracia divina nos prepara para futuras nuevas respuestas positivas. Por el contrario, si fallamos en nuestra respuesta a los movimientos de la gracia divina, ello nos lleva a disminuir nuestra relación con Dios.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que hay dos tipos de gracia: la santificante y la actual. Así, sus parágrafos 2023 y 2024 nos enseñan lo siguiente: «La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla. La gracia santificante nos hace agradables a Dios»
La gracia actual, por otro lado, es una forma de actuar especial del Espíritu Santo, un digamos ‘santo codazo amistoso’, para urgirnos a obrar el bien o evitar el mal. Una vez más, vemos que la respuesta positiva nos hace crecer en gracia santificante, haciéndonos más agradables a Dios y por ello, más cercanos a Él. La gracia de Dios nunca nos falta; siempre está disponible para nosotros, aun antes de pedirla; más aún, está disponible aun antes de saber que la necesitaremos. ‘Gratia’, en latín, significa don, gracia otorgada, favor que se concede y es una señal constante de la generosidad de la Trinidad Bienaventurada que pone su poder divino a nuestra disposición.
Es importante señalar, sin embargo, que como tal don gratuito nunca nos fuerza ni obliga, es siempre una propuesta de Su amor, pero por ese mismo inmenso amor de Dios para con nosotros y su respeto a nuestra humana dignidad, nos da siempre la capacidad de rechazar el don de su gracia con la libertad de nuestra voluntad.
Ya San Pablo escuchó al Señor decirle: «Te basta mi gracia» (II Cor XII, 9) y así pudo hacer frente a las tentaciones y pruebas con la confianza personificada en su sentir: «Todo lo puedo en Aquél que me conforta» (Flp IV, 13). Los Padres de la Iglesia afirmaban con emoción: Dios se hizo hombre para que el hombre se divinizara (ver CaECa 460). En la Santa Misa, el sacerdote mientras mezcla el agua con el vino reza lo siguiente: «El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana». Estas son afirmaciones valientes, rotundas, claro está pero no confundamos lo que aquí se dice. No se trata de la «New Age». La verdad es que el objetivo fundamental de la Encarnación fue la divinización de la especie humana, capacitándonos para compartir la naturaleza divina.
Tan cercana e íntima como fue la relación entre nuestros primeros padres y su Creador, sin embargo fue una relación exterior. Por medio del misterio de la Encarnación continuamente presente en la Iglesia, nuestra relación por la gracia es una relación interior y así es mucho más profunda. Adán y Eva participaron de la amistad de Dios y nosotros compartimos Su propia vida. Por medio del misterio pascual de Cristo (su Pasión, Muerte y Resurrección) somos hechos hijos en el Hijo (filii in Filio). Este proceso de filiación divina y deificación se produce principalmente por los sacramentos, de manera que podamos decir que una ’subcategoría’ de la gracia santificante es la gracia sacramental.
Del periodista británico Malcom Muggeridge, biógrafo de la Madre Teresa de Calcuta se cuenta una interesante historia. Él estaba enamorado completamente de la Iglesia Católica y de todo lo católico, aunque era anglicano. Esta situación llevó a un periodista a preguntarle: Con todas las cosas hermosas que usted dice siempre de la Iglesia Católica, ¿por qué no se ha convertido usted? El Sr. Muggeridge, piadosamente respondió: «No tengo la gracia». Muchos años después, casi al final de su vida, el Sr. Muggeridge y su esposa se convirtieron al catolicismo y otro periodista le preguntó: ¿Por qué ahora? Su respuesta, más piadosa aún fue, simplemente: «La gracia». Yo creo que la Gracia de Dios estuvo realmente allí desde el principio pero el venerable caballero no se apercibió de su presencia. El cazador celestial, sin embargo, nunca deja de seguir a los que ama, ofreciéndoles su gracia, que es a la vez, Su poder y Su vida.
Gracia es la primera palabra que se pronuncia en nuestro favor y será también la última. ¿No es esto lo que San Juan nos enseña en el prólogo de su evangelio: «Pues de su plenitud recibimos todos gracia tras gracia» (Jn I, 16).
Cuando se encuentren frente a sus propias inclinaciones al pecado, pidan la gracia de Cristo, siempre disponible ante nuestra petición. Cuando asistan a otros que vacilan en su peregrinar cristiano, no les digan que es cuestión de firmeza y determinación, o peor, que es inútil luchar; ábranles las puertas al significado de la gracia que nos permite, aquí y ahora, compartir la vida divina.
Dios siempre quiere ayudarnos a hacer el bien y evitar el mal; debemos estar alerta ante la presencia de la gracia.
Artículo extraído de InfoCatólica
Publicado originalmente en Catholic World Report
Traducido por Laudetur Jesus Christus, del equipo de traductores de InfoCatólica
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