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Sentido cristiano del vestido

  • P. José María Iraburu
  • 3 feb 2020
  • 6 Min. de lectura

Actualizado: 9 jun 2020


En los pueblos primitivos, e incluso en la Edad Media y hasta hace no muchos decenios, se imponían en una sociedad determinada ciertas modas homogéneas, de las que no era del todo fácil alejarse sin que se produjera la penosa tensión propia del contraste separador. En cambio, la sociedad actual, en esta cuestión, ofrece al mismo tiempo, paradójicamente, dos dimensiones contrapuestas.

Por una parte, impone una homogeneidad universal de formas, acaba con aquellos vestidos, danzas, músicas, costumbres, que antes tenían configuraciones muy locales, regionales, nacionales, e impone formas globalizadas a todas las naciones, bailes y música rítmica de rock, pantalones vaqueros, camisetas simples de algodón, zapatillas deportivas, etc., de modo que en la fisonomía exterior y en ciertas costumbres, al menos en algunas cuestiones, apenas hay diferencias en los modos de las diversas naciones y aún continentes.

Pero al mismo tiempo, y en forma contraria, una de las características de la sociedad actual es la infinita heterogeneidad de sus formas. En no pocas cuestiones, no hay patrones sociales unitarios. En un mismo barrio, sobre todo en las grandes ciudades, podemos encontrar cristianos, budistas, vegetarianos, blancos, negros, agnósticos, ecologistas, nacionales, extranjeros, etc. Hace no mucho la sociedad era mucho más homogénea.

Y en la misma moda femenina, muy al contrario de otros tiempos, una mujer queda perfectamente libre para elegir sus maneras de vestir: puede llevar pantalones largos o cortos, ceñidos o muy amplios, o puede optar por las faldas, y entre éstas le es dado elegir cualquier color y forma, y optar porque sean largas, cortas o muy cortas, estrechas o de gran vuelo... En una palabra, no está obligada por la moda, sino que, al menos en principio, es perfectamente libre para vestirse como prefiera.

Pues bien, esto ofrece a la mujer cristiana de hoy una facilidad históricamente nueva para vestirse con gran libertad respecto del mundo, en perfecta docilidad al Espíritu Santo. Si viste, pues, con indecencia, no tendrá excusa, ya que perfectamente podría vestir decentemente.

Y para vestir así, cristianamente, convendrá que recuerde las exhortaciones antiguas de Pedro y Pablo, los apóstoles de Jesús:

«Vuestro adorno no ha de ser el exterior, de peinados complicados, aderezos de oro o el de la variedad de los vestidos, sino el oculto del corazón, que consiste en la incorrupción de un espíritu apacible y sereno; ésa es la hermosura en la presencia de Dios. Así es como en otro tiempo se adornaban las santas mujeres que esperaban en Dios» (1Pe 3,3-5). «En cuanto a las mujeres, que vayan decentemente arregladas, con pudor y modestia, que no lleven cabellos rizados, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino que se adornen con buenas obras, como conviene a mujeres que hacen profesión de religiosidad» (1Tim 2,9).

Estas mismas normas apostólicas fueron inculcadas por los Padres de la Iglesia, que trataron del tema con relativa frecuencia (como puede verse en mi libro Evangelio y utopía 106-107):San Juan Crisóstomo (+407), en sus Catequesis bautismales, hacia el 390, comenta largamente las normas apostólicas ya citadas: «arráncate todo adorno, y deposítalo en las manos de Cristo por medio de los pobres» (I,4). Y a la mujer inmodesta le dice: «vas acrecentando enormemente el fuego contra ti misma, pues excitas las miradas de los jóvenes, te llevas los ojos de los licenciosos y creas perfectos adúlteros, con lo que te haces responsables de la ruina de todos ellos» (V,37; +34-38).

Las religiosas hablamos, claro, de las que son fieles a su tradición espiritual y a su Regla, son dóciles al Espíritu de Jesús en todos los aspectos de su arreglo personal, al que no dedican más atención que la estrictamente necesaria. Sus hábitos, sus vestidos, reúnen las tres cualidades del vestir cristiano: expresan el pudor absoluto, el espíritu de la pobreza conveniente y la dignidad propia de los miembros de Cristo. Son, pues, plenamente gratos a Cristo Esposo.Pues bien, esas mismas cualidades, aunque en modalidades diferentes, han de darse en el vestido de las cristianas laicas, que también están desposadas con Cristo desde su bautismo, y que también por tanto han de tratar de agradar al Señor en todo, también en su apariencia. Ellas han de vestir con dignidad, modestia y espíritu de pobreza, como corresponde a quienes son miembros consagrados del mismo Cristo.

Con frecuencia, sin embargo, las seglares cristianas, no se preocupan demasiado por ninguno de los tres valores: gastan en vestidos demasiado dinero y demasiado tiempo; aceptan modas muy triviales, que ocultan la dignidad del ser humano; y no pocas veces, hasta las mejores, se autorizan a seguir, aunque un pasito detrás, las modas mundanas, también aquéllas que no guardan el pudor, alegando: «somos seglares, no religiosas».

Al vestir con menos indecencia que la usual en las mujeres mundanas, ya piensan que visten con decencia. Llevarán, por ejemplo, traje completo de baño cuando la mayoría de las mujeres vista bikini; y si un día la mayoría femenina fuera en topless, ellas llevarían bikini, etc. De esta triste manera, siguiendo la moda mundana, que acrecienta cada año más y más el impudor, aunque siguiéndola algo detrás, se quedan tranquilas porque «no escandalizan»; como si esto fuera siempre del todo cierto, y como si el ideal de los laicos en este mundo consistiera en «no escandalizar». Por lo demás, no les hace problema de conciencia asistir asiduamente con su decente atuendo a playas y piscinas que no son decentes.Y éstas son las que, fieles a su vocación laical, manteniendo por lo que se ve celosamente su secularidad e insertándose valientemente en las realidades seculares, van a ir transformando esas realidades según el plan de Dios... Ideologías, vanas palabras, ilusiones falsas. Mentira.

«Huye, hijo mío, de todo mal, y hasta de lo que tenga apariencia de mal» (Dídaque 3,1).

¡Qué gran pena! Ni los buenos cristianos laicos conocen con frecuencia la santidad, la perfección evangélica, la novedad interior y exterior a que Dios les llama contanto amor: «vino nuevo en odres nuevos» (Mt 9,17). El Señor quiere hacer en ellos maravillas, pero ellos no se lo creen. ¡Claro que el camino laical es un camino de perfección cristiana! Pero lo es cuando se avanza en este mundo con toda libertad por el camino del Evangelio. No lo es, en cambio, si en tantas cosas se anda por el camino del mundo, aunque un pasito detrás en lo malo.

Los laicos de todo tiempo, por muy seculares que quieran ser y conservarse, «no son de este mundo», como Cristo no es de este mundo (Jn 15,19; 17,14.16). Son «personas consagradas» por el bautismo, por la confirmación, por la eucaristía, por el sacramento del matrimonio, por la inhabitación de la Santísima Trinidad, por la comunión de gracia con los santos y los ángeles. ¿Cómo deberán usar ellos, estando en el mundo, de las modas y costumbres, de los espectáculos y medios de comunicación mundanos, si de verdad quieren ser santos?

En estas cuestiones y en todo, deberán aplicar criterios verdaderamente evangélicos: habrán de «sacarse el ojo» si les escandaliza (Mt 5,29), «vender todo» lo que sea preciso para adquirir el tesoro escondido (13,44), «negarse a sí mismos» y «perder la propia vida» en cuanto esto sea necesario para salvarla (Lc 9,23-24) y para ayudar en la salvación de los hermanos.

En esta plena libertad del mundo, bajo la gracia de Cristo,está la verdadera alegría evangélica. Y es en esta actitud en la que los cristianos, por obra del Espíritu Santo, tienen fuerza sobrenatural para transformar el mundo, es decir, las maneras vigentes y las modas, las leyes y costumbres, la cultura, el arte, los espectáculos, las escuelas y universidades, y todo cuanto da forma al siglo presente.

Pero si están mundanizados, son «sal desvirtuada», sin fuerza alguna para preservar al mundo de la corrupción,y carece de toda fuerza para transformarlo. Ésa es ya una sal que «no vale para nada, sino para tirarla y que la pisen los hombres» (Mt 5,13)

A quienes pidan, pues, criterios prácticos de discernimiento en las diversas cuestiones del pudor modas, palabras y gestos, vestidos y costumbres, playas y piscinas, espectáculos y publicaciones conviene decirles:

Enteráos de que sois miembros de Cristo y de que no debéis someter a Cristo a costumbres y lugares, gestos y modas, que de ninguna manera son dignos de Él. Sabed igualmente que sois templos de la santísima Trinidad, y así como dentro de una iglesia no se os ocurriría cometer ciertas ligerezas, disculpables en un ambiente más profano, vosotros, conscientes de vuestra dignidad de templos consagrados, debéis guardar vuestros cuerpos en un gran pudor, digno de Jesús, de María, de José y de todos los santos.

Ya terminamos. Y es momento de que os diga yo con el Apóstol: «ojalá soportéis un poco de locura por mi parte. De hecho, ya me soportáis. Es que estoy yo celoso de vosotros con el celo de Dios, porque os he unido al único Esposo, Cristo, y a él quiero presentaros como una casta virgen» (2Cor 11,1-2).

Todos, laicos, sacerdotes y religiosos, hacemos nuestra aquella oración litúrgica:

«Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino,concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre, y cumplir cuanto en él se significa» (III lunes Pascua).

Finalmente, a todos nos dice el Señor: «el que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Apoc 2,29). «No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado... El que pueda entender, que entienda» (Mt 19,11-12).

Extraido del libro "Elogio del pudor" del P. José María Iraburu

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