"No te postrarás delante de sus dioses ni los servirás"
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- 22 oct 2019
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Actualizado: 8 jun 2020

(La Cumbrera) La adoración, es una expresión del corazón, que reconoce a Dios como fuente de toda creación, y de todo lo bueno. El Primer Mandamiento del Decálogo preceptúa ante todo la adoración y el culto al Verdadero Dios, y prohíbe la idolatría que es un pecado gravísimo por la enorme injuria que con ella se hace a Dios.
La Biblia reconoce dos formas de idolatría; la de la perversión y la de la sustitución. La primera tiene lugar cuando el nombre mismo y/o la imagen del Señor son manipulados o pervertidos: la segunda, cuando el Señor mismo es reemplazado por otros dioses, o falsos dioses.
Estamos hablando, ciertamente, de las ceremonias de ofrenda a la Pachamama, la Madre Tierra ¿Cuál es el problema –pueden pensar algunos– cuando es un rito antiquísimo que muchos hacen sin la menor intención espiritual o de culto, sino simplemente para continuar una tradición enraizada en las culturas indígenas de algunos países?
No te postrarás delante de sus dioses ni los servirás; no imitarás sus costumbres, sino que derribarás y harás pedazos sus piedras conmemorativas.
Éxodo 23:24
Hay una completa promoción de las ofrendas rituales a la Madre Tierra, y es algo que va más allá de una tradición recordada o de un acto milenario que no se quiere perder. Es una práctica del neopaganismo, que quiere recuperar las creencias precristianas, en su versión concreta del neoindigenismo. En la cosmovisión de los pueblos quechua y aimara –que, no lo olvidemos, es de donde se toma, muchas veces para trasplantarla sin mucho sentido ni criterio– la Pachamama es una diosa, con la que se tiene una relación personal, que actúa e interviene en la vida de los hombres determinando la fecundidad e incluso la “buena suerte”, a la que hay que pedir y agradecer, e incluso pedirle perdón por las ofensas.
Ha llegado el tiempo en que los hombres ya no soportan la sana doctrina y han decidido seguir a los falsos maestros, arrastrados por sus pasiones.
San Pablo en su Segunda Carta a Timoteo nos exhorta:
Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.
¿Ceder siempre y en todo es esto católico? ¿Y tragar como nunca?¿Y buscar la puerta estrecha, y lo del ojo de la aguja, porque ancho es el camino que lleva a la perdición? ¿Y lo de no podéis servir a dos señores?
Sólo Dios, por la intercesión de su Madre, puede salvarnos de esta deriva catastrófica y de aquellos que quieren acallar las pocas voces proféticas que se levantan y plantan cara al mal apelando a la Tradición y el Reinado Social de nuestro Señor.
Yo soy la Verdad, y aquellos dioses falsos del paganismo se bambolean, se derrumban, caen, se convierten en polvo, y el misterioso personaje avanza, y sobre aquél polvo de todas las falsas divinidades del mundo pagano, levanta Él su altar y dice a las generaciones humanas que pasan: Ego sum veritas, Ego sum caritas, Yo soy la Verdad, Yo soy el Amor, y el mundo regenerado y redimido cayó de rodillas delante de Jesucristo, porque era la Verdad y era la Caridad, es decir, era el Verdadero Dios.
Que la Santísima Virgen nos libre de todo mal, nos defienda de nuestros enemigos y nos ampare ahora y en la hora de nuestra muerte.
Permitida su reproducción citando a La Cumbrera
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