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Vivienda propia y digna. ¿Utopía o derecho humano?

  • Mercedes Venturini
  • 23 sept 2020
  • 4 Min. de lectura

Decía el sabio y profético escritor G.K. Chesterton que «el lugar donde nacen los niños y mueren los hombres, donde la libertad y el amor florecen, no es una oficina ni un comercio ni una fábrica. Ahí veo yo la importancia de la familia». Indudablemente, la idea chestertoniana engloba una verdad profundísima: lo medular de la vida de los hombres transcurre allí en el seno del hogar. No en la oficina ni en un bar.


Esta verdad insoslayable adquiere una relevancia sustancial en un momento donde la familia es un frente de embate sistemático de todos los poderes hegemónicos de la mano de sus distintas vertientes ideológicas. Sin embargo, no pretendo detenerme en estas últimas, sino en el asunto del hogar, concretamente de la vivienda digna.


Muchos parecen coincidir con la idea de que la familia es la célula básica de la sociedad. Incluso, lo repiten una y otra vez. Pero pocos se detienen a contemplar la trascendencia de esta realidad, que exige ser consciente de las graves consecuencias que acarrea en el plano social cuando no se la custodia. Esta exigencia implica poner el foco en que la familia requiere de un lugar adecuado donde poder vivir, desarrollarse y crecer. Importa inexorablemente no correr la vista a las miles y miles de familias que no tienen casa.


Allí donde los niños se alimentan, crecen, descubren el mundo y juegan, donde los padres educan y hacen florecer su amor. ¡Donde se forman las conciencias de los hombres! Allí en el hogar, se aúna a la familia, se descansa luego de la jornada laboral, se comparte la comida y se elevan las plegarias familiares. Se resuelven los problemas, se comparten alegrías y tristezas. Ahí es donde se aprenden los valores que se traen desde casa, que la escuela  por sí sola no puede inculcar.


Actualmente, los argentinos sufren una crisis habitacional monstruosa.  No puede adjetivarse de otro modo, es que este Estado Leviatán no hace más que derrochar recursos en asuntos que, o no son prioritarios, o lisa y llanamente son serviles a intereses foráneos (dígase compra millonaria de misoprostol). Un problema acuciante de la dirigencia política es que no sabe -o no quiere- reconocer y afrontar los verdaderos problemas de los argentinos de a pie. Uno de ellos es precisamente este, el acceso a la vivienda digna es para unos pocos, ¡el acceso a la casa propia ni que hablar!. Hoy parece que es un privilegio de un puñado de agraciados que tienen la dicha de ser dueños del lugar donde viven.


Cuando se comience a comprender que sin familia no hay comunidad política que subsista, recién allí se entenderá que la vivienda digna es un derecho humano. Mientras tanto, irá en aumento el número de argentinos que además de no tener casa, no tienen para comer. La Argentina que ha perdido el rumbo es la que cree que es más importante asegurar el cupo trans, a que los argentinos tengan un techo, tierra y un trabajo. Esos tres pilares que son frecuentemente reiterados por el Papa Francisco.


No se trata, y en esto hay que ser claro, de tomar terrenos (como varios sectores adiestrados vienen haciendo); se trata de crear las condiciones para que todos los ciudadanos comunes, que con el sudor de su frente dignifican sus vidas, puedan concretar la experiencia de anclarse a un hogar que garantice las condiciones de habitabilidad indispensables y allí puedan educar y criar a  sus hijos; y con el fruto del amor  elevarlo al nivel al que ni las empresas ni comercios pueden llegar.


Se habla de ecologismo y de la naturaleza como sujeto de derecho, sin embargo los hombres lejos de estar viviendo un proceso de «humanización» como muchos pregonan, están cada vez más empobrecidos y sumidos en la desesperanza fruto del materialismo hedonista e individualista en el que está sumergida la sociedad contemporánea. En este sálvese quien pueda, la ecología humana no tiene cabida, sólo la de salón por supuesto (la que propugna salvar delfines pero no los niños por nacer).


Por cierto, la felicidad de los argentinos está en juego; el bien común exige dar respuesta a este flagelo. Tomas de tierra, gente en la calle y debajo de los puentes, son las consecuencias de un Estado que no prioriza (desde hace décadas y décadas) la necesidad de dignificar al hombre generando las condiciones socio-políticas económicas y culturales para que los argentinos tengan acceso a la vivienda.


Indudablemente, no se trata de un Estado abstracto al cual endilgarle todas las miserias sociales; se trata de asumir la responsabilidad que a cada uno le cabe por haber llegado a este punto histórico, sobre todo para quienes creen en la justicia social.


No podemos menos que interpelarnos y comenzar a restaurar la conciencia en torno a las verdaderas prioridades y necesidades del hoy. Asuntos pendientes que exigen un retorno a la cordura, la sensatez y la estrategia. Un re-descubrimiento sobre lo que el hombre es, su dignidad intrínseca y trascendencia espiritual para, a partir de allí, dar vuelta la página y retomar el buen rumbo. Para que ese lugar «donde nacen los niños y mueren los hombres» sea una realidad concreta, hecha vida y esperanza y no un pedazo de cartón que cubre a un argentino sufriente sumido en la indiferencia de quienes lo ven.

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