¿Una cosa es ser bueno y otra ser tonto?
- Bruno M
- 20 may 2020
- 5 Min. de lectura

En el último post, un lector hizo una interesante consulta: “Con respecto a la frase tan manida “una cosa es ser bueno y otra ser tonto”, siempre tengo dudas. Está claro que hay que ser paciente y perdonar siempre, pero, ¿qué pasa cuando alguien cercano, y para colmo también perteneciente a la Iglesia, tiene comportamientos maliciosos o mezquinos que no cambian? ¿Cuál es la frontera entre la paciencia y aguantar una toxicidad que encanalla la fraternidad o directamente la destruye? La única respuesta que he encontrado es que el perdón requiere al menos la voluntad de cambiar por parte del agraviador, con lo que siempre hay que ofrecer la paciencia y el perdón, pero con la colaboración del que parece empeñado en ofender”. Es una buena pregunta. A mi entender, en este caso de aparente conflicto de deberes, antes de hablar de la paciencia, conviene hablar de la caridad, que es superior a ella. Por lo tanto, debemos partir de que Cristo nos enseñó a amar a los enemigos. Cuando alguien “tiene comportamientos maliciosos o mezquinos que no cambian", eso lo único que quiere decir es que continúa siendo tu enemigo. Y, por lo tanto, sigue siendo de aplicación la regla fundamental: amar a los enemigos. Por eso dice San Pablo en la primera carta a los Corintios que el amor cristiano, la caridad, todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, soporta todo, no se acaba (1Co 13,7-8). “Todo”, significa “todo” (con la gracia de Dios, por supuesto). Cuando te flagelen, expongan al escarnio público, insulten, escupan y crucifiquen, entonces puedes empezar a pensar si ya has hecho bastante por amor… E, inmediatamente, te darás cuenta de que eso palidece al lado de que el mismo Dios haya sufrido esas cosas por nosotros. Todo lo que podamos sufrir por caridad hacia los demás no es nada en comparación con la caridad que Dios ha tenido con nosotros. En ese sentido, siempre debemos ofrecer el perdón por las ofensas que alguien nos hace, aunque, como se ha indicado, es posible que el interesado no quiera aceptar ese perdón. Ni siquiera el mismo Dios nos obliga a aceptar el perdón si no lo queremos. De ahí la existencia del infierno.
Así pues, es falso que haya que ser buenos pero no tontos, en el sentido de que “todo tiene un límite” y sólo haya que tener caridad o ser buenos hasta ese límite. Por eso dice San Pablo que los cristianos somos tontos por Cristo. Por eso San Pedro nos pide: no devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición, porque para eso habéis sido llamados, para heredar una bendición (1Pe 3). Por eso el mismo Jesús nos llama a poner la otra mejilla, a dar la túnica al que nos robe el manto, a orar por los que nos persiguen. ¿Es eso actuar como tontos? Si lo es, ojalá todos los cristianos seamos tontos. Tontos por Cristo.
Dicho eso, no hay que confundir “amar” con otras cosas. Amar cristianamente no es lo mismo que permitir cualquier cosa, que callar cuando se debe hablar, que fingir que está bien lo que está mal, que dejar que se dañe a otras personas, etc. Confundir esas cosas es otro tipo de tontería, que sí es incompatible con la verdadera bondad.
Amar es buscar el bien del otro. Y el bien del otro puede requerir que, en algunos casos, callemos ante una ofensa, pero en otros que nos opongamos a ese comportamiento. Por ejemplo, recuerdo unos padres que tuvieron que prohibir a uno de sus hijos, ya crecido, que entrara en su casa, porque dañaba a los demás hijos y los llevaba por mal camino. Esos padres actuaron por amor (y con gran sufrimiento). Si no hubieran actuado así, habrían faltado a la caridad para con sus otros hijos.
En este contexto, conviene recordar que la paciencia es una de las dimensiones de la virtud cardinal de la fortaleza y consiste en soportar el mal invencible. Pero la fortaleza tiene otra dimensión, que es la de la valentía, para luchar contra el mal vencible. Estos padres tuvieron que ejercer la fortaleza en su aspecto de valentía para cumplir su obligación de defender a sus hijos. Lo mismo puede decirse de las autoridades (y especialmente las eclesiásticas), que tiene el deber de defender a los pequeños y débiles que han sido puestos a su cuidado.
Del mismo modo, la caridad puede requerir que corrijamos al que obra mal, porque el primero que es perjudicado por el pecado es el que peca. Es más, por muy grave que sea el perjuicio que te pueda causar a ti, siempre es mayor el daño que él mismo sufre, porque el mal moral es infinitamente peor que el físico. En ese sentido, “callar y aguantar” puede ser en ocasiones faltar a la caridad para con el que obra mal y necesita que le ayudemos a salir de ese mal.
Como la caridad también debe ejercerse con uno mismo (amarás al prójimo como a ti mismo), en algunos casos uno tiene el deber de apartarse de otra persona, porque estar cerca de ella te hace daño o incluso te lleva a pecar. Por eso la Iglesia permite la separación de los esposos en casos graves, por ejemplo. En esos casos, persiste el deber de amar, pero a una distancia prudencial.
En todos estos casos, hay que actuar con caridad, pero eso tampoco implica necesariamente hablar con dulzura. Puede haber alguien que necesite dulzura y puede haber otro que lo que necesita es dureza y franqueza, aunque duelan. Generalmente, como ya dijimos otro día, generalmente conviene tratar con dulzura y consolar al pecador arrepentido que sabe que ha hecho al, mientras que el que se cree bueno, el satisfecho de sí mismo y el que hace daño a los indefensos suelen necesitar que se les hable con dureza. Basta observar la forma tan distinta en que el mismo Cristo trató a la adúltera o a Zaqueo, por un lado, y a fariseos, saduceos o Herodes, por otro. El Señor trataba a todos con caridad (porque Él es la Caridad misma), pero usaba la dulzura o la dureza según conviniese en cada ocasión.
Se pueden dar muchos más ejemplos, pero estos bastan para entender que no se debe confundir el amor cristiano a los enemigos, que está basado en la verdad y en el bien real de las personas, con idealizaciones pacifísticobuenistas y politicamentecorrectoides.
Entendamos bien el amor cristiano para no ser tontos en el mal sentido de la palabra. Una vez bien entendido lo que es amar cristianamente, sea nuestro lema: siempre caridad, en todo caridad y a todos caridad. Sin límite y aunque el mundo nos considere tontos. En esto consiste el amor, en que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros. Si Él pudo hacer esta divina tontería para salvarnos, ¿cómo no vamos a ser nosotros tontos por Cristo?
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