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Un mundo que pide a gritos noviazgos buenos, bellos y verdaderos

  • Ignacio Bis
  • 14 sept 2020
  • 4 Min. de lectura


Vivimos en un mundo en el que el hombre se afemina y la mujer se entrega. Somos testigos del momento preciso de la historia en que el “amor” se acaba si no respondiste un mensaje de texto. Vivimos en un tiempo en el que la amistad se ve soslayada si te ponés de novio. Es una locura, y te lo dice el simple hecho de que para ser parte de un grupo tenés que haber tenido relaciones sexuales; si no, sos “el salvaje”, diría Aldous Huxley. Una época en la que el noviazgo ya no son dos, sino más bien tres, cuatro, cinco, seis o lo que se antoje. Tiempo difícil el que atravesamos.


Y no seas parte del reducido grupo que vive la castidad, ¡o serás un pobre tipo! Tampoco seas como aquellas pocas y valientes mujeres que deciden no matar a su hijo; si no, ¡sos una desquiciada!


El noviazgo se ha transformado en algo del momento, pasajero; se ha ido deteriorando por los mismos que lo integran, se ha convertido en algo descartable. Hay una necesidad de “poseer” algo que no nos pertenece. Nos creemos dueños del otro cuando no lo somos ni siquiera de nosotros… La soberbia que nos domina es terrible, ¡decidimos si nuestra pareja va o no a la reunión con sus amigos!


“¿Casarme? Ni loca. ¿Hijos? Que sean como mucho dos, no más, quiero tiempo para mí”. Esto escuchaba hace poco y me pregunté, “¿Qué tiene de raro lo que dice?”…, si cada palabra que salía de su boca es la voz del mundo hoy. El casamiento, la familia y los hijos son tres palabras que suenan a “pasadas de moda”. Son ajenas a la realidad que vivimos. El amor de castidad no es conocido en este mundo y al niño pequeño desde su tierna infancia se lo intenta desvirtuar.


Fidelidad, lealtad, castidad, constancia y perseverancia son palabras que mortifican y dan dolores de cabeza al noviazgo de hoy. No se entiende a la pareja como el mutuo acompañamiento para el resto de la vida, sino como algo del momento.


Ya no veremos al varón proponerle a la dama noviazgo con un ramo de flores en la puerta de su casa, o al joven que le dedica una poesía, una canción o un cuento a la novia. Eso es algo desconocido, ya ni se tiene la delicadeza de prestar atención a los detalles. Es un gesto “antiguo”, dirían hoy, el invitar a una dama a cenar. Ya no se verá el varón que lucha por la mujer que quiere; más bien, si en un lapso de dos meses no logró conquistarla, se rinde y busca otra. No hay caballero que luche por la dama.


El conocimiento entre el varón y la mujer se suplanta, se desconocen. Se tienen al lado sin saber qué y quienes son. Ya veremos muy pocos casos en los que el hombre hace hasta lo imposible para ver a su novia; más bien, si no puede llegar hasta su casa, o el colectivo no lo deja bien, no va.


Se extinguieron los actos heroicos de amor en este mundo y deduzco, paradójicamente, lo obvio, y es que ya no hay amor, pero porque se dejó de querer al Amor. Nos hemos confundido en el preciso instante en que decidimos cerrarle la puerta de nuestro corazón a la única Persona que lo diseñó.


Se nos concedió el incomprensible misterio de cooperar con Dios en la llegada de un niño al mundo, se nos otorgó la tarea de ser causas segundas, no la despreciemos. Más bien, animémonos.


Ante el inmenso desmoronamiento de una vocación tan bella como la que tratamos, queda preguntarnos: ¿Qué podemos decir verdaderamente del noviazgo?


Y Chesterton diría: “Pero existe una clase de amor, un amor que acontece a dos personas una que otra vez, el amor que es conocimiento. El amor que en cierto momento florece en un compañerismo, en un intercambio constante de sentimientos, en una constante influencia mutua”.


Un amor que significa decir: “Elijo a esta persona para el resto de mi vida, quiero quedarme con ella a pesar de todo, porque la admiro y me identifico”.


El noviazgo implica querer al otro hasta en la miseria. Cuando uno se siente abatido y despreciado, está el otro para animarlo. Qué mejor que, por solo estar, hay alguien que te ama. El amor en el noviazgo es una cosa tan extraña que se está feliz con aquella persona… ¡por el solo hecho de que existe! Es el camino para aprender a amar, pues no hay nada tan bello como mirar a los ojos a la otra persona y decirle: “te equivocaste, pero te quiero igual”. La inteligencia queda tonta ante el amor, absorta, pues es tal la admiración que te da el saberte amado, que te descoloca.


Es por esto que se necesitan jóvenes amantes de la Verdad y dispuestos a luchar por Ella. El hombre debe saberse caballero en busca de la dama y, a su vez, la dama sentirse buscada, protegida y guiada por el caballero.


Pero aun así, a pesar de todo, las palabras de Sam a Frodo resuenan fuerte: “La gente en estas historias tenía muchas oportunidades de volverse atrás, pero no lo hacía. Seguía adelante, porque se estaba aferrando a algo. A que existe la bondad en este mundo, Sr. Frodo. Y que vale la pena pelear por ella”.


Lucharemos hasta el último día si es necesario, pero cuánta gratitud si es de a dos, en conjunto y con pequeños atrás, al lado y adelante. Cuidando y vigilando, pero de a dos. No será fácil, pero sí de a dos, y puedo asegurar que, si uno cae, y el otro verdaderamente ama, este no dudará en tenderle la mano. El noviazgo, para concluir, es aquella relación en que se alivia la Cruz.


El Creador inefable del mundo nos mostró que en la Sagrada Familia hay un varón y una mujer porque nos quiso decir, entretanto, que de a dos es más alegre el camino al Cielo. De a dos es más bello.


María, Reina de la familia, ruega por nosotros.

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