La orfandad del internacionalismo versus la paternidad del ser nacional
- Mercedes Venturini
- 5 oct 2020
- 4 Min. de lectura

Si hay algo certero en todo este contexto de globalismo que se busca imponer a capa y espada, es que urge un replanteamiento en torno a la medular importancia y necesidad de los Estados. Ciertamente, en el plano internacional no son pocos los pueblos que comienzan a tomar conciencia de esto, lo que apareja una intensificación en la pugna entre internacionalismo/globalismo vs Estados. Comienzan a escucharse en los distintos rincones del mundo las voces disidentes que hastiadas de fenómenos como el "multiculturalismo" buscan hacer una suerte de vuelta a sus orígenes nacionales.
En este sentido, no podemos desconocer ni negar que la Argentina ha pasado a ser una especie de colonia de los poderes hegemónicos internacionales, desde el punto de vista territorial y en forma explícita con nuestras Islas Malvinas, hasta en lo económico, cultural y espiritual. Indefectiblemente, se trata de colonialismos socavados que se infiltran en lo más íntimo del pueblo y de manera progresiva, sin que éste pueda percibirlo, hasta asentarse de manera definitiva. Tal es así, que se terminan instalando agendas políticas e ideológicas que nada tienen que ver con la realidad local, formándose mentes (desde las usinas del pensamiento y con la influencia de los medios de des-información) serviles a las mismas.
Una de las consecuencias verdaderamente trágicas que produce este fenómeno, es que terminamos los argentinos enfrentados entre nosotros mismos. Divide et impera, reza el principio estratégico milenario que fuera minuciosamente aplicado en estas tierras.
Es preciso entonces, por el bien de los argentinos, hacer un retorno al auténtico ser nacional, y al proyecto fuerte, estratégico y sostenido de una Nación basada en nuestros principios y valores fundacionales. Un proyecto que por cierto, implicó en nuestra historia sacrificios inconmensurables y hasta miles de vidas entregadas a lo largo y ancho de la Patria.
No se trata de reivindicar territorialismos exacerbados, o nacionalismos excluyentes, sino de re-valorar lo que es nuestro, manteniendo la vitalidad que le es propia y que va de la mano de la connaturalidad de la relación hombre-Patria. Ese vínculo estrecho que forja la identidad de los hombres haciéndolos sabedores de su historia, conscientes de su presente y protagonistas de su futuro; con un sentido de responsabilidad que trasciende el hoy, y que importa saber que se es parte de algo mucho más grande.
Se trata de restablecer una comunidad política con un presente de trascendencia, anclado a un ethos propio, que fue formándose a lo largo de aquellas grandes epopeyas que desembocaron en un presente absolutamente atravesado por el inicio de la existencia de la Nación. Ese saber de dónde vengo, para no perder de vista jamás a donde voy. Un presente consciente de la cultura hilada y sumida a la más profunda y propia espiritualidad del ser nacional. Pero ante todo, un pueblo que se sabe hijo y que conoce sus padres, un pueblo que es heredero de los suyos; y que por tanto, posee en sus manos un capital que amerita ser cuidadosamente valorado y estratégicamente vivenciado.
El pueblo que sabe vivir de su ADN, sabe afrontar la adversidad; llámese pandemia, guerra o desidia. En efecto, el pueblo que no vivencia de forma perenne y constante la genética que le encomienda una misión específica se encuentra inexorablemente en la boca de lobo, se transforma en una presa fácil para el enemigo. Si el hombre no sabe quién es, fácilmente seguirá los vientos de doctrina o modas del momento, esto mismo podemos traspolarlo al orden social de la Argentina.
El peligro del internacionalismo no está, únicamente, en la ruptura de la riqueza cultural de los pueblos, sino ante todo en su contra natura intrínseca. Es que este embate busca especialmente la orfandad como regla, el abandono del linaje hispano criollo nuestro. De allí que eso deriva en, nada más y nada menos que la misión y vocación de la Nación frustrada en el más puro y doloroso sometimiento. Si eso no nos recrudece y despierta, ¿qué esperamos para hacerlo?
Si quizás, osáramos por un momento adentrarnos en la intimidad de la Argentina, comprenderíamos lo imperioso que se torna garantizar la unidad nacional, y rechazar toda forma de internacionalismo que implique negar a nuestros padres y desatar ese vínculo biológico y espiritual que tenemos con ellos. Ello supone salir del estado de adormecimiento generalizado y contemplar una realidad que interpela vivamente.
El internacionalismo parece querer abrazar a todos los pueblos, pero no es más que un peligroso disruptor por antonomasia. Por tanto, Dios nos libre y guarde de ese lóbrego camino, y nos de la Gracia de encontrarnos en la trinchera, dispuestos a defender lo que queda de lo nuestro; mientras tanto, el tiempo es presuroso… y el enemigo trabaja día y noche sin descanso.
Ya un gran patriota que nos legara esta tierra, el P. Castellani decía que "la Nación para nosotros es la agrupación natural de los humanos determinada por imperativos espirituales, culturales, históricos y geográficos que son irrevocables. "La tradición ha muerto", exclama Wells; nosotros decimos que la Tradición no puede morir: ella es el alma de la historia". ¡Rendiremos cuenta de cuánto hemos custodiado los imperativos de nuestra Patria sufriente! Y de qué Argentina dejaremos a nuestros hijos y nietos, la Argentina que fuera forjada por Isabel de Castilla, Rosas, San Martín, Belgrano y por todos nuestros próceres, misioneros y trabajadores, o la Argentina sometida al oenegenísmo, financieras usurarias y mecenas al poder.
Resta elegir: la orfandad del internacionalismo o la paternidad del ser nacional.
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