La diabólica destrucción a lo sencillo, la familia. ¿Por qué?
- Ignacio Bis
- 31 ago 2020
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 14 sept 2020

“Todo intento de ayudar a la familia debe empezar entediendo lo que la familia es y lo que no es. Y la crisis de hoy es que la familia ha sido hecha añicos de tal manera que ni siquiera hay acuerdo en la misma noción de familia”
Chesterton nos ubica de muy buena manera en este misterio. Nos adentra en el designio bello que nos regala Dios. La familia.
Cuando nos adentramos en la realidad que a todos nos compete hoy, encontramos, entre tantos, dos objetos a disparar. La familia y la educación. Una, la primera, pervertida y dañada por el mundo, el Estado, la sociedad e incluso, la familia misma. Y la segunda, por la nefasta ideología de género que se imparte con maldad por doquier.
Podríamos detenernos a analizar y comprender cada disparo del mundo a la familia en esta guerra, pero no será eso lo primero. Más bien intentaremos responder, en una aproximación, la siguiente pregunta: ¿por qué a la familia?
Si nos remitimos al francés Saint-Exupéry, nos dice que:“Lo maravilloso de una casa no es que ella nos ampare, nos caliente, ni que poseamos sus paredes, sino que haya depositado poco a poco en nosotros provisiones de dulzura”.
La familia es el refugio más bello de la tierra. Es el hogar en donde se conoce el amor desinteresado, es en la casa donde la madre se desvela por el hijo enfermo y el padre sale a la madrugada en busca del remedio. Es, ahora sí, donde se reparten tanto provisiones de dulzura como de chocolates, y a veces, de chirlos…
Cuando volteamos nuestra cabeza al hogar, entendemos que es escuela de santidad. Es momento para santificar. La Iglesia doméstica de cada cristiano se encuentra allí. Si luchamos desde la familia como comunidad, el maligno no podrá entrar. Cuidémonos de que no pase, porque si sucede, estaremos inmersos en una gran batalla.
“Criaturas tan cercanas la una a la otra como un marido y una mujer, o una madre y un hijo, tienen la capacidad de hacer al otro feliz o desgraciado con métodos a los que no puede recurrir ningún poder público”.
Cuando el inteligentísimo autor inglés, G. K. Chesterton, nos habla de la familia, nos muestra que nada tan sencillo y bello como un matrimonio en el que se regalan flores, chocolates y cartas.
La simpleza y sencillez de esta vida sucede en ese preciso instante en que el niño le dibuja a su madre un caracol. La madre se asombra, su rostro permanece contemplando al niño por un instante, y luego, en su interior, resuena la voz de Dios.
Pero a su vez, también se encuentra la belleza en el hogar cuando el padre llega de trabajar y toda la familia lo está esperando para almorzar. Cada día, cada comienzo de semana, cada mitad de mes y cada fin de año, Dios cuida a la familia, pero es tiempo de que nosotros cuidemos a Dios en el hogar.Se está haciendo mucho por quitarlo de ahí. No lo permitamos.
Chesterton dice, “el niño debe depender de la más imperfectas de las madres”, porque la imperfección de la mujer es lo que, a su modo, también trae paz y dulzura al hogar.
Una familia es siempre cuna de santidad. En el momento justo en que un niño llega al mundo, Dios ama un poquito más a la mamá. Petit de Murat así nos lo muestra…
“Deben saber, para consuelo, que Dios ama a la madre con el amor que ama a todas esas criaturas que están dependiendo de esa madre. Así que tengan muchos hijos. Si tienen tres hijos, las amará como a cuatro. Y estará dispuesto a comunicar toda inspiración y todas las luces que necesita para formar al ser humano. Y si tiene doce hijos, las amará como a trece. ¡Miren ustedes!”
¡He aquí la necesidad de la familia numerosa! ¡Numerosa y santa! Dios, luego de crear al varón y la mujer, “los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla (…)”.
Entendamos que hay tanta belleza en la “Ilíada” de Homero y en “La Piedad” de Miguel Ángel como en el grito de la madre pidiendo que vayan a la mesa. ¡Es bellísima la familia, aprovechemos!
“Entonces, embellezcan la vida, comprendan el valor del detalle, del gesto amable de saber alcanzar el tenedor, de pasar la panera, de saber callarse cuando es oportuno. Una criatura que sabe esto está haciendo una maravillosa obra de arte con su vida. No hablo de esa minuciosidad empalagosa, sino del justo medio, que hace amable la vida”. Y así lo describe una vez más, el poeta Petit de Murat.
Cuidemos los detalles por amor al otro, pero también cuidemos lo magnánimo por el mismo gesto de caridad que tuvimos anteriormente.
Entendamos que Dios está en lo sencillo, habla en la simpleza. Que la hermosura de la cotidianeidad en la vida familiar no se vuelva monótona y tediosa, más bien ¡alegre y llevadera!
¿Por qué entonces el Príncipe de este mundo detesta y aborrece la familia? Porque nuestro Creador ama lo sencillo y ha querido que el hogar de una familia sea escuela de santidad y fecundación para Su Obra.
“Jesús, José y María, les doy el corazón y el alma mía. Jesús, José y María, asístanme en mi última agonía. Jesús, José y María, descanse en paz el alma mía”.
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