top of page

Distributismo: la loca aventura de unos aventureros cuerdos

  • Foto del escritor: La Cumbrera
    La Cumbrera
  • 14 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

Por Jaime Revès


La oronda figura del orador es un poema en movimiento. Se balancea como un planeta y agita los papeles que tiene en la mano mientras se ríe de su última ocurrencia.


Chesterton -no es otro el conferenciante- parodia desde el atril a esa reducida plutocracia que, poco a poco, se está adueñando de la economía de Inglaterra. Grandes fábricas que emplean a miles de proletarios por un jornal de miseria. Grandes latifundios que absorben las granjas familiares y se expanden como una mancha de aceite. Grandes cadenas comerciales que obligan a cerrar al pequeño comercio y acaban ofreciendo productos de mala calidad.


“No se concibe una sociedad capitalista en la que la mayoría no tienen nada y solo haya dos o tres que tengan capital -dice Chesterton-. Igual que no se concibe una comunidad de hombres casados donde todos sean solteros menos dos o tres que tienen un harén en su casa”.


Poco después, los socialistas tampoco se libran de sus dardos por ofrecer remedios que son peor que la enfermedad. Los ingleses ya son mayorcitos para tomar decisiones sin necesidad de que ni los burócratas ni los supuestos expertos les digan cómo tienen que vivir. El público aplaude con fervor cada pulla y cada toque de genialidad de Chesterton. Es viernes noche. Estamos en The Devereux Inn y el barullo de fondo lo arman los jóvenes de la Liga Distributista. Un batiburrillo de fabianos y socialistas desencantados que se han hermanado con los conservadores y tradicionalistas que tenía mayor conciencia social.


Los fundamentos del movimiento

Hillaire Belloc.


A continuación, Chesterton desgrana las ideas principales de su movimiento. Un proyecto inspirado en la doctrina social católica, pero abierto a personas de todas las confesiones. La palabra distributismo proviene de la idea de que un orden social justo puede lograrse a través de una distribución mucho más amplia de la propiedad. Distributismo significa una sociedad de propietarios. Significa que la propiedad debería pertenecer a muchos en lugar de a unos pocos. En el socialismo todos los bienes de producción están en manos del Estado y en el capitalismo se tiende al oligopolio y al monopolio. De ahí la necesidad de encontrar una tercera vía que supere estos dos sistemas. Y, según proclama Chesterton desde la tribuna, la solución solo puede pasar por volver a poner a la familia en el centro de la sociedad, favorecer que una gran mayoría tenga acceso a la propiedad privada y fomentar el localismo, la máxima participación de la gente y la mínima intervención del Estado.


En un rincón de la sala, alejado del bullicio, su compañero de fatigas, Hillaire Belloc, permanece ensimismado en sus pensamientos. Medita las palabras del Papa León XIII en su encíclica Rerum novarum y busca la forma de llevarlas a la práctica: “La ley debe favorecer la propiedad y su política debería ser promover que cuanta más gente posible se convierta en propietario. De esto se derivarán muchos beneficios y, en primer lugar, la propiedad estará sin duda repartida más equitativamente…”.


“Somos pocos y ellos son muy poderosos. ¡Es una locura!” grita desde el fondo un estudiante despeinado que no debe tener más de 20 años. “¿Cómo podemos vencer?”.


Una buena idea en un mal momento histórico

De repente, se hace el silencio en la sala y todos los ojos se vuelven hacia Chesterton para esperar una respuesta: “La aventura podrá ser loca, pero el aventurero, para llevarla a cabo ha de ser cuerdo”.


El público celebra la paradoja y lanzan los sombreros al aire. Después de la alocución, los distributistas bajan las escaleras y se funden con el resto de la parroquia. Ahí le siguen pintas bien cargadas de cerveza, canciones y chistes. La alegría y las ganas de disfrutar de las cosas sencillas formaban parte del estilo que Chesterton quería dar a su movimiento.


Los acontecimientos del mundo irán en contra de la causa del distributismo. La idea era buena, pero, probablemente, el momento histórico en que nació no era el más propicio para su propagación. Pocos años después de la muerte de Chesterton se desatará la Segunda Guerra Mundial y de ella surgirá un mapa dividido en dos grandes bloques enfrentados a muerte. Este no será el mejor contexto para las terceras vías.


Cualquier propuesta para reformar el capitalismo quedará pospuesto. En esa coyuntura, todo Occidente se vuelca en combatir ideológicamente al comunismo. Tanto fuera como dentro de nuestras fronteras. Apenas queda espacio para la autocrítica mientras haya un enemigo al frente. El distributismo entra en una fase de hibernación, preservado por un reducido grupo de académicos decididos a  mantener vivo el legado de Chesterton y Belloc.


El renacimiento del distributismo

Probablemente, el único hecho digno de mención se produce en Australia. Allí la corriente católica del partido laborista se escinde para denunciar la infiltración que sufre la organización por parte del comunismo. El nuevo partido, el Democratic Labour Party, se posiciona más allá de la izquierda y la derecha y se declara abiertamente distributista. En esos años convulsos, el partido mantiene un nutrido grupo de diputados para luego caer en la irrelevancia. En las dos últimas décadas, el Democratic Labour Party ha vuelto a obtener un puñado de representantes tanto a nivel municipal como en el parlamento de un par de Estados.


El renacimiento del distributismo se produce en los años 70, en la cultura de la izquierda alternativa. La publicación de ‘Lo pequeño es hermoso’ de E.F. Schumacher, supuso una auténtica conmoción que redefinió el debate social y económico de la época. Schumacher había sido profesor en Columbia y Oxford y en ese momento era el economista jefe de la Britain’s Coal Board en una época en la que la minería seguía siendo la mayor industria del país. Este economista aboga abiertamente por un modelo económico en el que las necesidades reales de la gente sean el centro. Para ello, propugna la necesidad de abandonar el gigantismo, volver a la economía local, respetar el medioambiente y desarrollar una tecnología con rostro humano. Schumacher opta por impulsar empresas que respeten una proporción humana.


Schumacher venía rebotado del marxismo, pasó por una época de deslumbramiento budista y acabó convirtiéndose al catolicismo en la recta final de su vida. Durante mucho tiempo estuvo buscando una alternativa radical y, a la vez, realista a un modelo de economía que no acababa de ser beneficiosa para la mayoría de las personas. En un determinado momento, alguien le recomendó que leyera las encíclicas papales. Lo hizo. Y su visión de la economía y de la sociedad no volvió a ser la misma. Según relata un amigo suyo, Schumacher dijo: “Ahí estaban esos célibes viviendo en una torre de marfil (…) ¿Cómo podían decir cosas con tanto sentido cuando todos los demás estaban diciendo tonterías?”.


La pequeñez dentro de la grandeza

Si bien Chesterton y Belloc eran hombres de letras, Schumacher era un economista. Él era consciente de que, en algunas actividades, la economía requiere organizaciones grandes para poder prestar correctamente el servicio. Para estas situaciones Schumacher crea la idea de la pequeñez dentro de la grandeza. Él concibe las organizaciones grandes como un conjunto armónico de unidades más pequeñas dotadas de la mayor autonomía posible. Para ello recurre al principio de subsidiariedad que encuentra… en la encíclica papal Quadragesimo Anno, de Pío XI.


De esta manera, Schumacher lleva el distributismo a una nueva fase y demuestra que este modelo es viable en el mundo de hoy. Este esquema de organización descentralizada es el que implanta en el National Board. O el que seguía la Corporación Mondragón desde 1956, cuando fue fundada por el padre José María Arizmendiarrieta. Este sacerdote buscó una forma práctica de poner en acción la doctrina social de la Iglesia y generar prosperidad en una región empobrecida por la guerra civil. Actualmente, la Corporación Mondragón está integrada por 100 cooperativas autónomas e independientes y constituye el primer grupo empresarial vasco y el décimo de España.


Lo pequeño es hermoso fue un best-seller del New York Times y la revista Time lo calificó como la Eco-Biblia. Es gracioso pensar que, durante varios años, millones de hippies y eco-warriors de todo el mundo durmieron con un ensayo inspirado en el pensamiento de los Papas de Roma en su mesita de noche.


Tal vez, ahora sí, haya llegado el momento de los aventureros cuerdos.

Comments


bottom of page