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Cristianismo de bragueta

  • Nacho Gallo Ingrao
  • 3 ago 2020
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 17 sept 2020


Por Nacho Gallo Ingrao


Entre los muchos caminos torcidos que como cristianos a veces emprendemos, hay uno al que el demonio le encanta promocionar. En primer lugar, por la facilidad con que el hombre cae, por su simpleza y bajeza, y por el odio profundo que satanás tiene contra la corporalidad. Y en segundo lugar porque desvía la mirada de otros pecados capitales no menos importantes.


La lujuria se ha vuelto, desde hace algunos siglos, el caballito de batalla de quien odia profundamente a los hombres. Una estrategia por demás inteligente, que ha provocado que el católico promedio, entienda que la lucha cristiana se fundamenta más que nada en el campo de la sexualidad.

Este "cristianismo de bragueta", olvida a menudo, que la soberbia o la envidia son pecados aún mayores que los pecados de la carne, y que por lo general, son más comunes que éstos.

La vana ostentación y el pavoneo constante de muchos católicos, tradicionalistas y providas, es muestra preclara del entuerto de nuestra generación.


No es mi intención, entiéndase bien, menospreciar la legítima contienda contra la revolución sexual que el mundo y el demonio llevan a cabo. No. Intento explicar que existe un problema de enfoque que a menudo se nos pasa por alto.


Un camarógrafo que es contratado para una película sobre paisajes patagónicos, no aprovecharía mucho en enfocar el suelo únicamente, si quisiera tener su paga completa al final del rodaje.

Son los valles, los lagos, los picos nevados, el cielo, la fauna y la flora en su variopinta existencia, los que conforman el cuadro completo para un buen documental. Y solo aquél que se hace el tiempo para contemplar el paisaje frente a sus narices, puede llegar a comprender mejor la causa profunda de semejante belleza.

La ausencia de contemplación de las realidades invisibles y sobrenaturales, y la preeminencia absoluta de la acción, la lucha y el combate, habitúan operativamente de forma imperfectiva al hombre que busca alcanzar la santidad. Solo la observación atenta de la línea divisoria del horizonte, donde se entrecruzan y confunden el cielo y la tierra, puede darnos el enfoque adecuado, el cuadro perfecto, la secuencia admirable.

No se trata tanto de combatir los pecados sexuales, como en contemplar lo más que se pueda al Dios inefable. En la visión del Absoluto, del Perfecto, del Magnífico, encuentro como contraparte la verdadera miseria, la rotunda imperfección, "lo que está mal en el mundo" al decir de Chesterton, esto es: yo mismo, en mí completa realidad (que no es sólo sexual).

Si tan solo viéramos un poco más allá, si levantásemos la mirada por más tiempo, les aseguro que el combate incluso sería más provechoso.

Dios nos guarde de los malos enfoques.

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