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Democracia y demagogia

  • Jordán Bruno Genta
  • 22 jul 2019
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 8 jun 2020


El hombre, todo hombre, es una persona, criatura racional, libre y social por naturaleza; hecha a imagen y semejanza de Dios por su alma inmaterial e inmortal, tiene un destino singular único e intransferible, trascendente y eterno; pero que no se realiza aislado, sino en comunidad con Dios y con los otros hombres. No se salva ni se pierde solo; no puede lograr su bien personal sino ordenado al Bien Común, tanto temporal como eterno. Por esto es que el Bien Común es la ley primera de la sociedad política después de Dios.

"El hombre no puede ser separado de Dios, ni la política de la moral"

Santo Tomás Moro

Ninguna persona puede ser otra que ella misma; nadie puede ser otro, pero sólo llega a ser quien es, con los otros, en dependencia de Dios y en interdependencia con sus semejantes. La unidad social y política es una unidad de orden y de sentido ético. Lo mismo en la familia que en la profesión y en el Estado, se trata de unidad de personas distintas que se asocian o están asociadas por un vínculo moral para obtener un bien común. La persona singular no debe ser absorbida, ni destruida por las sociedades que integra; por el contrario, debe ser asistida y promovida en el desenvolvimiento de su individualidad. La persona tiene razón de fin respecto de la sociedad, tanto de las que son de orden natural como de la Iglesia sobrenatural. La sociedad tiene razón de medio con respecto a la persona y, por lo tanto, no debe mediatizar jamás a las personas singulares, ni ser considerada como un fin; menos todavía como fin último.

La unidad en la sociedad liberal no es más que apariencia sin ser; se trata de "una unidad que es más bien separación", para decirlo con palabras de Aristóteles. Es notorio que la persona no se confunde con el hombre egoísta, radicalmente antisocial y en estado de separación por obra del pecado. Para el hombre egoísta no hay más que vínculos convencionales y cada uno existe para sí mismo; el otro sólo es estimado en vista del propio y exclusivo bien. Es la pérdida completa del sentido del Bien Común.

El Estado liberal se desnaturaliza al desentenderse del Bien Común; degrada a no ser más que mero guardián de los derechos del hombre egoísta, dividido de Dios y del prójimo; libertad para no obrar el bien si uno no quiere hacerlo; propiedad para uso exclusivo de los bienes propios; igualdad que prescinde de las necesidades y tentaciones de cada uno; seguridad para beber tranquilo su taza de té aunque se hunda el mundo. El Estado que promulga y sostiene los derechos del hombre egoísta, no hace más que institucionalizar a la anarquía y se convierte en el lugar de enfrentamiento de los individuos, de los grupos, de las clases y de los partidos. La economía de lucro, de la libre concurrencia sin límites y de las leyes de mercado, ha provocado la concentración progresiva de la riqueza en pocas manos y la proletarización del mayor número, hasta desembocar en el Imperialismo Internacional del Dinero.

La dialéctica intrínseca al proceso del Estado liberal termina por abolir de hecho, la libertad, la propiedad, la igualdad y la seguridad de la gran mayoría de las personas, hasta resolverse en el Estado Socialista o Comunista que absorbe y destruye a la persona humana. Del Estado neutro e indiferente al Bien Común, se pasa al Estado absoluto y tiránico que impone la socialización de todos los bienes y actividades personales. La libre iniciativa, la propiedad privada, la libertad de elegir y preferir, la vida entera y la acción personal se van aniquilando sistemáticamente, en forma paulatina o brutal según los casos.

Tanto en la sociedad liberal como en la sociedad socialista, la persona humana perece, sea por desquicio anárquico o sea por masificación colectivista. Toda sociedad natural —familia, escuela, profesión, empresa, municipio, Estado Nacional—, es una unidad de orden ético entre personas distintas. El desquicio, la anarquía, la subversión jerárquica, la despersonalización socialista,la masificación en cualquiera de sus expresiones, significan desorden, mezcla, confusión; esto es, crisis del orden, que es lo mejor que las cosas tienen. El orden, en el ámbito moral de la sociedad y del Estado, no puede ser algo puramente exterior, ni tampoco fundarse en convenciones más o menos arbitrarias. El orden social y político se rige necesariamente por una ley natural que es reflejo en el alma inteligente y capaz de querer, de la ley eterna. Hay un orden natural en el ejercicio de las facultades del alma que debe reflejarse ampliado, objetivado e institucionalizado en la sociedad y en el Estado.

"Suprimir el orden de las cosas creadas es quitarles lo mejor que tienen" Santo Tomás

El orden moral es interior antes que exterior; se da en la persona singular antes que en el medio social donde despliega su personalidad.

Traemos al nacer un estado de baja rebelión en las facultades del alma, herencia del pecado original. Puede discutirse el origen del mal entre nosotros, pero la proclividad al mal es indiscutible y la padecemos todos los hombres. El espejo social y político de esa subversión interior es el desorden, producido toda vez que lo más digno aparece subordinado a lo menos digno; esto es, cuando los inferiores usurpan el lugar del superior. Hay orden en nuestra conducta personal cuando se rige por la razón; también lo hay en el Estado cuando gobiernan las superioridades legítimas, sea cual fuere su modo de designación; tengan o no tengan el consenso popular.

Nadie es el superior legítimo por haber sido elegido; sino que puede darse el caso de que la mayoría elija a alguien por ser mejor. Y la superioridad procede de los talentos recibidos de Dios y del esfuerzo personal para hacerlos fructificar. La democracia es aquella en que los pares en cualquier orden de actividades sociales, eligen a uno de entre ellos para que los represente; pero es preciso aclarar que se limitan a designarlo sin transmitirle poder alguno. Es razonable suponer que los pares no elegirán normalmente al peor sino que lo harán por aquel que está entre los mejores, lo mismo en una fábrica que en un círculo profesional, en una sociedad vecinal o en un claustro docente.

"El que gobierna debe poseer las virtudes morales en grado perfecto"

Santo Tomás

El conocimiento de los que pueden ser elegidos por parte de los que eligen, es lo primero; después está la participación de todos los que intervienen en un Bien Común. Lo prudente es pesar los votos más bien que contarlos; la calidad debe preceder siempre a la cantidad. Nada es más antinatural que la Soberanía Popular; en rigor, un contrasentido porque la soberanía es algo personal y no puede ser ejercida por la multitud. La Soberanía Popular ejercida a través del sufragio universal comporta, además, una subversión del orden natural por cuanto consagra la primacía de la cantidad sobre la calidad, o sea, la omnipotencia del número.

La democracia fundada en la ficticia soberanía popular, es ilícita, no es más que demagogia.

Extraido del libro “Opción política del cristiano” de Jordan Bruno Genta

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