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La trivialización del adulterio

  • P. José María Iraburu
  • 27 may 2019
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 8 jun 2020


La trivialización del adulterio es sin duda una de las características de las Iglesias locales más o menos descristianizadas. En ellas, por ejemplo, podremos oír a una madre, cristiana devota y practicante, excusar el adulterio estable de su hija, alegando: «si fracasó su primer matrimonio, tiene derecho a intentar un nuevo matrimonio: tiene derecho a ser feliz». O a un párroco: «una pareja de divorciados vueltos a casar son en mi parroquia –en la catequesis, en las celebraciones litúrgicas, en el consejo pastoral– uno de los matrimonios más activos y ejemplares de la feligresía»…

Al final de los años 60, yo conocí en Chile el caso de un joven casado que se vió abandonado por su esposa. Era un buen cristiano, y durante años vivió solo con dos niños que su mujer le había dejado como recuerdo. Daba con su vida un ejemplo precioso de fidelidad a su vínculo conyugal indisoluble. Colaboraba mucho en la parroquia, y un día el cura –por cierto, centroeuropeo– le dijo que así no podía seguir; que se buscara una buena esposa, que le diera una madre a sus hijos, y que tratase de rehacer su vida. Y este laico, engañado por el sacerdote diabólico –tentador–, terminó, efectivamente, casándose por lo civil. Hizo a un lado la cruz, y dejó así de seguir a Cristo. Por consejo de su párroco.

El escándalo mundial del funeral religioso de Pavarotti (2007) puede considerarse como un caso muy significativo, totalmente impensable en otros tiempos de más fe. Merece la pena que lo recordemos al detalle. En 2009 escribí sobre el tema en mi blog (14-15) más o menos lo que sigue.

La grandiosa catedral de Módena, una de las joyas más preciosas del románico en Europa, en el corazón de la Emilia-Romaña, pocas veces durante sus nueve siglos de existencia se ha visto invadida y rodeada por muchedumbres tan numerosas, unas 50.000 personas, como las que acudieron a ella, encabezadas por una turba de políticos, artistas y periodistas, con ocasión de los funerales de Luciano Pavarotti.

Nacido en Módena, en 1935, fue unos de los más prestigiosos tenores de ópera de su tiempo. Casado con Adua Vereni, de la que tuvo tres hijas, se divorció de ella después de treinta y cuatro años, en 2002, y en 2003, a los sesenta y ocho años de edad, se unió en ceremonia civil con Nicoletta Mantovani, treinta años más joven, con la que convivía desde hacía once años y de la que tuvo una hija. Hubo de pagar por el «cambio», según la prensa, cifras enormes de dinero. Murió en el año 2007 y sus funerales, celebrados en la catedral de su ciudad natal por el Arzobispo de Módena y dieciocho sacerdotes, «fueron exequias propias de un rey». La señorita Mantovani ocupaba el lugar propio de la viuda; aunque también, más retirada, estaba presente la señora Vereni. El Coro Rossini, el canto del Ave Maria (soprano Kabaivanska), del Ave verum Corpus (tenor Bocelli), el sobrevuelo de una escuadrilla de la aviación militar, trazando con sus estelas la bandera italiana, fue todo para los asistentes una apoteosis de emociones. Pero quizá el momento más conmovedor fue cuando el señor Arzobispo leyó un mensaje escrito en nombre de Alice, la hija de cuatro años nacida de la Mantovani: «Papá, me has querido tanto»…

La abominación de la desolación instalada en el altar [Mt 24,15; Mc 13, 14; Dan 9,27; 11,31; 12,11]. El Código de Derecho Canónico manda que «se han de negar las exequias eclesiásticas, a no ser que antes de la muerte hubieran dado alguna señal de arrepentimiento […] a los pecadores manifiestos, a quienes no pueden concederse las exequias eclesiásticas sin escándalo público de los fieles» (c. 1184). Es verdad que, tal como están las cosas, muchos de los fieles cristianos, curados ya de espanto, no suelen escandalizarse ya por nada, tampoco por ceremonias litúrgicas como ésta, tan sumamente escandalosa. Pero es éste un signo muy malo. Indica la aceptación del pecado como bueno.

En el ambiente de una Iglesia local más o menos relajada en la fe y en las costumbres será normal que los casos de cristianos «divorciados vueltos a casar» sean muy frecuentes. Casos como el funeral de Pavarotti, lógicamente, no causan escándalo. El adulterio no produce ya ningún horror en la comunidad cristiana, y tampoco en sus Pastores. Es algo normal, aceptado.

En este sentido, por otra parte, resulta muy significativo que aquellos Pastores sagrados que hoy con más fuerza exigen la posibilidad de la comunión eucarística para «los divorciados vueltos a casar», con frecuencia presiden Iglesias locales en las que «los adúlteros» se han multiplicado grandemente. Causæ ad invicem sunt causæ… Pero ciertamente no es por esa línea por la que se recupera la maravilla del matrimonio cristiano allí donde se ha ido degradando y falsificando más y más.

Post post.- El ejemplo que he puesto con el adulterio de Pavarotti es el caso de un adulterio muy especialmente indigno e indignante. No suelen ser así la inmensa mayoría de los casos de cristianos divorciados, vueltos a casar. A esa situación han llegado con frecuencia después de muchos errores, pecados, abandono de la oración y los sacramentos, y a través no pocas veces de muchos sufrimientos, huyendo quizá de situaciones sumamente desgraciadas, más que buscando el gozo y el placer. La Iglesia se compadece de ellos como Madre, y les ayuda en todo lo que puede, ora por ellos… y los llama a conversión.

Fragmento del libro Pudor y Castidad del P. José María Iraburu

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