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Discutir sobre religión

  • Bruno M
  • 30 ago 2021
  • 3 Min. de lectura

(Espada de doble filo) “Discutir sobre religión es una cosa que ya no me gusta. Hace como treinta años que no discuto —ni siquiera con los «censores»— de mis obras. Cuando era joven era un gran discutidor.


Es cosa inútil. Al que pone objeciones religiosas, ordinariamente hay que recomendarle leer un buen Catecismo de Perseverancia. Ordinariamente habla de lo que no sabe. Si tiene interés en saber, sé tomará esa pequeña molestia; si no tiene interés, habla por hablar y entonces la discusión es inútil y aun peligrosa.


A los que vienen a uno en un barco o en un tren con el: «Vea Reverendo, ¿cómo responde usted a esto?», no hay que darles la solución, sino acrecentarles la objeción, urgiría mucho más todavía, que vea que uno la sabe y aun la «siente» tanto como él, o más. Es decir, hay que agudizarle (o crearle si acaso) el hambre de saber, porque si esa hambre no existe, darle la solución es perder tiempo”.


Leonardo Castellani, “Ni con elocuencia ni con dialéctica”, julio de 1957

Confieso que, como le sucedió a Castellani, antes me gustaba más discutir. Me enzarzaba en discusiones interminable en el blog o fuera de él. Empecé a hacerlo mucho antes, claro, cuando era un muchacho y discutía interminablemente con mi mejor amigo sobre todos los temas del mundo mientras caminábamos por las calles de Madrid (la de kilómetros que habremos recorrido felizmente así).


Con el tiempo, sin embargo, me he ido dando cuenta de que Castellani tiene razón: la mayoría de la gente no quiere saber ni aprender. Cuando discute o comenta en el blog, lo hace para soltar su opinión, como quien pinta en una pared “fulano estuvo aquí”. En el mejor de los casos, si responde a lo que dicen otros es para atacar a quien tiene el atrevimiento de no compartir su opinión. La discusión no está basada en la razón, que reconoce la existencia de una verdad superior a los que discuten, sino en la mera voluntad, y la voluntad solo puede imponerse a la voluntad diferente de otro. Por eso la inmensa mayoría de las discusiones son estériles: falta el hambre de verdad, que era el presupuesto, por ejemplo, de las grandes discusiones universitarias de la escolástica.


Aristóteles decía que todos los hombres desean por naturaleza saber, y es cierto, pero también lo es que ese deseo se puede ver empañado y oscurecido por muchas cosas, desde los vicios a las malas filosofías o la desesperanza (este último es quizá el peor obstáculo, porque hace que el interesado tenga miedo de la verdad y rechace conocerla). Algunos de estos obstáculos son inevitables, porque vicios y pecados tenemos todos (como habrá comprobado cualquiera que haya seguido este blog), pero otros son, simplemente, la plaga de nuestra época. El irracionalismo, el relativismo y el materialismo de las malas filosofías, que son algo propiamente moderno, van haciendo poco a poco imposible la discusión, al tratarse de filosofías contradictorias consigo mismas, sobre las cuales es imposible construir nada. El espacio común que existía anteriormente y que permitía al menos comenzar una discusión está desapareciendo a marchas forzadas.


Ante esa situación, quizá de nuevo tenga razón Castellani y lo que haya que hacer, antes que ninguna otra cosa, sea despertar el hambre por la verdad en la gente. Sacarles de su modorra y complacencia, para que puedan admirar el esplendor de la verdad y del ser. Y esa admiración, si Dios quiere, los lleve a poner su mirada en lo alto, porque todo don perfecto viene de arriba.


P.S. Lo dicho, por supuesto, no se aplica a los excelentes comentaristas que sí desean conocer la verdad y están dispuestos a buscarla donde se la encuentra. Gracias a Dios, he conocido a bastantes a lo largo de estos años del blog y, al igual que los verdaderos amigos, son un auténtico tesoro. ¿Cómo no bendecir a Dios por haberme concedido conocerlos y aprender de ellos?

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