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De las cenizas despertará un fuego

  • Diego de Jesús
  • 17 feb 2021
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 19 ago 2021



La legendaria carta con instrucciones que Gandalf le deja a Frodo abunda en detalles. Sin pretender sobrevalorarla (ya sabemos cuán nervioso puede poner esto a algunos muy ortodoxos), sí me atrevo a decir que encierra, de algún modo, todo un programa de Cuaresma.


En la carta Gandalf le avisa a Frodo que no estará, que Él se adelanta. Como si le dijera: a dónde voy, tú vendrás después. Y lo alienta a partir también él con cierta prisa... pero después que él. Ya esa doble prisa es todo un tono propio de la Cuaresma, con su inexorable sabor pascual: come de pie, cíñete el lomo y parte de prisa: ¡es la Pascua del Señor!


Hay una expresión del barbado que es notable: “Yo te seguiré”. Delata la contracara del discipulado. La pasión de Dios por el hombre. Al inicio de la Cuaresma el Señor nos deja una escueta esquela avisándonos que nos va a seguir y perseguir a muerte, donde quiera que vayamos, como un lebrel insaciable. Aunque nos metamos en oscuras quebradas o intentemos escondernos en alturas o en honduras abisales… I will follow you.

¿Acaso no es eso Cuaresma? Una consigna que el Señor se ha dado a Sí mismo y que tiene a bien avisarnos: durante cuarenta días y cuarenta noches te rastrearé por todos los rincones del orbe hasta encontrarte y pedirte tu rendición, y suplicarte que aceptes mi protección.


Gandalf, que le acaba de avisar que no se verán, le avisa que un buen amigo suyo lo acompañará en el camino. Lo llama con un curioso apodo (Strider, Trancos) y le avisa de su aspecto poco llamativo: es delgado, oscuro, hirsuto. Pues ese misterioso acompañante es Cristo de nuevo. De camino con nosotros hacia Rivendell, hacia la liberación pascual. Yo no estaré… pero Yo mismo te acompañaré.


A este misterioso hombre Frodo lo encontrará en una posada del camino, en la sombra de un rincón, y el posadero le avisa que es un montaraz, un tipo medio salvaje, peligroso, que deambula por los bosques…


Este Cristo sin brillo ni aspecto salvador nos acompañará secretamente en el camino cuaresmal. Para que nuestro pie no tropiece con la piedra, ni torzamos el rumbo hacia la Pascua.


La carta, como un lanzazo, como una arenga militar, lo conmina: ¡marcha hacia Rivendell! La expresión original es más intensa y bella: Make for Rivendell. Que es como si dijera: disponlo todo hacia Rivendell; oriéntalo todo hacia allí; hazlo todo para encarar a ese destino. Allí nos veremos, concluye Gandalf, si todo sale bien. Y firma, apresurado, Gandalf.


La Carta cuenta con tres posdatas. En la primera se le indica no viajar de noche. Jesús había dicho a los suyos: “caminen mientras es de día” (Jn 12,35). Avancen mientras tengan luz y busquen guarida cuando caiga la noche y se desaten los demonios. Corran hacia la meta bajo el luminoso impulso de la Gracia, y cuídense y protéjanse del Malo cuando aceche con sus terrores nocturnos.


En la segunda posdata está el famoso poema, donde, de un modo apenas velado, el Mago le entrega al pobre hobbit sus mejores consejos “cuaresmales”.


“No todo oro reluce”. No hay modo mejor de presentar la Cuaresma que bajo este sapientísimo aforismo: no te encandiles más corriendo detrás de aquello que tiene brillo y esplendor. Hay un oro, un oro más antiguo que el mundo, un oro opaco y oscuro, que es más valioso e imperecedero que cualquier otro. Descúbrelo. Y corre tras él. Es el deslucido oro de la compunción y la penitencia. El agrisado oro de la renuncia y el despojo. Se trata del misterioso oro de la ceniza en tu frente.


Déjate ungir la cabeza con este oro gris y te convertirás y creerás en el Evangelio.

Busca, corre, viaja hacia delante, peregrina liviano y decidido, que “no todo errante anda perdido”. El éxodo de Israel (de donde cobra cifra nuestra Cuaresma) no es otra cosa que esto: un andar atravesando la mismísima nada, de camino hacia el Todo prometido. Sin mucha más brújula que encriptadas consignas y pistas.


Así nuestra Cuaresma hacia la Pascua. No hay un “programa”, minucioso, lleno de consignas precisas: hay un grito de guerra y una certeza: dejar atrás todo y lanzarse con furia hacia el Este. Te creerán un vagabundo pero eres peregrino.


Este viaje más que horizontal es vertical. Y no justamente hacia las alturas. Sino todo lo contrario: es un éxodo al De Profundis, a lo más profundo de mi nada. Hacia ese escondrijo donde “las raíces profundas no son alcanzadas por la helada”.


Hundidos en ese abismo, desde esa lacerante experiencia de ser polvo, desde allí, “desde las cenizas, se elevará un fuego”. From the ashes a fire shall be woken.

No puede ser más bella la expresión.


Ni más oportuna para un Miércoles de Cenizas: saber que ese Cristo que nos ungirá con la ceniza no nos avisa sin más que al polvo volveremos: nos hace un secreto anuncio que pretende ser el pan de la esperanza para el camino: de las cenizas con que te marco, brotará un Fuego sagrado. Tendrán que pasar estos cuarenta días y luego cincuenta más para que en ésta, tu misma frente marcada en ceniza, veas llamear la Luz increada.


Sí, cristiano. Hoy recibes la acuciante y briosa consigna: ¡corre a Rivendell! Corre de día y resguárdate de noche. Corre hacia el opaco oro del Misterio escondido; viaja con pasión y frenesí: los hombres te creerán un errante lunático, y tal vez lo seas, pero a este jaujeño Rivendell sólo se llega por desvarío y naufragio. Déjate conducir por esa figura hirsuta y deslucida con que la Voz de Dios te lleva, de tranco en tranco. Húndete en los abismos de tus raíces, donde el Malo no sabe llegar. Guarécete allí, sobre todo de noche, sabiéndote a salvo y seguro, en escondido.


Y guarda como marca indeleble en tu frente el oro de estas cenizas de las que surgirá un fuego nuevo que hará nuevas todas tus cosas.


Sí, de las sombras de todas tus aflicciones y penurias, brotará la Luz; la Luz de ese Rey destronado que habrá recuperado, en las honduras de tus raíces, su cetro usurpado. La Luz de ese Rey cuya espada quebrada volverá a relucir, inmaculada, como punzante Palabra de doble filo.


No es menor el detalle en la saga sobre el olvido de esta Carta. Olvida el emisario entregarla. Gandalf, aunque muestra aprecio por el posadero, lo sabe olvidadizo y dice que lo cocinará a fuego lento si se olvidara de entregarla. Y sí: se olvidó.


Ese posadero (diría san Agustín) es la Iglesia.


A veces se olvida, se despista, se distrae. El Señor, su Esposo, la ama y valora y no, no la prenderá fuego, pero la conmina a entregar la carta a tiempo. Personalmente. A cada peregrino. Para avisarle de lo único que vale la pena ser avisado en este mundo: Make for Rivendell; corre muy resuelto hacia el Cielo. Hacia el Fuego sagrado de tus cenizas.


Diego de Jesús

Miércoles de Ceniza 2018

 
 
 

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