Cuidado con los enemigos pequeños
- P. Lorenzo Scupoli
- 12 jun 2020
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 7 jul 2020

El Libro el Cantar de los Cantares dice: "Hay que hacerles cacería a los pequeños roedores, porque pueden destruir nuestros cultivos" (cf. Ct 2,15). En la vida espiritual debemos cumplir este mandato. No contentarnos solamente con atacar y echar lejos los movimientos más fuertes y violentos de las pasiones, sino también los más leves y pequeños. Porque estos movimientos pequeños les sirven a los otros para atacarnos y vencernos, como los muchachos pequeños sirven a los ladrones grandes para entrarse a las casas, entrando primero los menores por las ventanas a abrir la puerta para que entren los mayores. Y así es como se van formando las malas costumbres y los vicios, empezando por dejar entrar en la vida de cada día las pequeñas imperfecciones y éstas abren las puertas a las mayores.
Un descuido peligroso. Muchas personas se han descuidado y no se han mortificado en evitar pequeñas faltas dejándose llevar por pasiones y malas inclinaciones en cosas fáciles y aparentemente sin gran importancia y creyeron que solamente debían mortificarse en las pasiones más difíciles y graves, cuando menos lo imaginaban sintieron el poderoso asalto de los enemigos de su salvación y sufrieron enorme daño espiritual. Así por ejemplo habiendo hecho voto de castidad se imagina alguien que puede vivir tomando de la mano, dando pequeñas caricias, lanzar frecuentes miradas afectuosas al rostro, decir palabras de zalamería y de no necesaria afectuosidad, mirar escenas o representaciones materialistas y hasta sensuales, aceptar demasiada familiaridad en el trato con personas jóvenes o sensibleras, etc. En el momento le parecen pequeñeces. Pero cuando menos lo piense puede hallarse en los más pavorosos abismos del pecado y de la sensualidad, e incapaz de reaccionar ante sus perversas inclinaciones. Y se cumple lo que decía Jesús: "Quien no es fiel en lo pequeño, tampoco lo será en lo grande" (Lc 16, 10)
Hay que mortificarse en lo que es lícito. En la vida espiritual hay un dicho muy antiguo que siempre se cumple. Y dice así: "Quien no se mortifica en lo lícito, tampoco se mortificara en lo ilícito". Se llama lícito lo que es permitido, lo que se puede hacer o decir sin cometer pecado. Hay que distinguir entre lo que es simplemente lícito y lo que es necesario. Lo necesario hay que hacerlo y decirlo siempre. Pero lo que es solamente lícito, no es necesario, si se deja de hacer o decir, producirá grandes bienes espirituales porque la persona se va acostumbrando más fácilmente a dominarse a sí misma, y cuando le lleguen los atractivos de las pasiones y de los malos instintos ya tiene fuerza de voluntad y podrá salir vencedora de muchas tentaciones. Cuántos y cuántas hay, que dejaron de decir una viveza que se les ocurrió, y la callaron por mortificación. Y después cuando en un momento de ira les vino el deseo de decir unas palabras ofensivas, ya no las dijeron, porque se habían ejercitado en callar lo que deseaban decir.
Provechoso repaso. Ojalá volvamos a repasar de vez en cuando estos remedios que hemos venido aconsejando porque si los cumplimos vamos a obtener una verdadera reforma en nuestra vida interior y al practicarlos conseguiremos gloriosas victorias espirituales y en poco tiempo haremos grandes progresos en la virtud e iremos creciendo en virtud y en santidad casi sin darnos cuenta. ¿Por qué no ensayarlos también nosotros?
Lo contrario es muy dañoso. La experiencia ha demostrado que si descuidamos cumplir estos consejos que acabamos de recordar, aunque hagamos bellos planes de progresar en lo espiritual, nos quedaremos sin conseguir verdaderos progresos en la virtud, porque el progreso en lo espiritual no consiste en hacer fantásticos planes de santidad sino en cumplir cada día lo que nos puede llevar a conseguir las virtudes, a evitar los vicios y agradarle con nuestro comportamiento al Redentor y Salvador Crucificado.
Con pequeños actos se adquieren las virtudes. La experiencia de millones de personas ha demostrado que así como los malos hábitos y malas costumbres, se forman en nosotros a base de repetir frecuentemente actos con los cuales los apetitos sensuales y las malas inclinaciones se oponen a las buenas intenciones de la voluntad de la misma manera las virtudes y buenas costumbres se adquieren con frecuentes y repetidos actos de la voluntad con los cuales trata de conformarse con lo que Dios desea, manda y se ejercita en practicar ya una virtud, ya otra.
Así como una persona no puede ser definitivamente viciosa y corrompida por más que sus malas inclinaciones traten de corromperla y llevarla al mal, si su voluntad persiste en querer portarse de manera que a Dios le agrade su comportamiento, así también, nunca alguien logrará tener virtud y santidad, por más inspiraciones que la gracia divina le envíe, si su voluntad no se decide seriamente a dedicarse a obrar el bien y a evitar el mal.
Extracto de "El combate espiritual" P. Lorenzo Scúpoli.
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